Lo habré escrito otras veces: don Juan no añora el pasado
ni espera mucho del futuro; tiene una idea muy poco transcendente de
la historia.
—Don Juan es un nihilista —insinúa alguien con sorna.
Él, que oye lo que quiere, responde:
—En cuanto al sentido de la vida o de la historia, por
supuesto: estoy convencido de que la historia no es historia de la salvación. Ahí discrepo tanto de los creyentes como de los crédulos.
—¿Quiénes son los crédulos?
—Los que
creen lo mismo que los creyentes, pero no se dan cuenta y hasta puede que presuman
de ateísmo. Hay muchos.
—Ponga ejemplos —pide alguien a quien esto le parece un
galimatías.
—El pensamiento religioso —que no se confunde, pero está
cerca del pensamiento mágico— consiste en creer que hubo un tiempo en que los seres
humanos vivían felices en algún tipo de paraíso; pecaron y fueron arrojados a
este valle de lágrimas; ahora bien, pronto o tarde vendrá un salvador que restaurará el paraíso;
mientras eso pasa, habrá que esforzarse porque llegue cuanto antes. Los
cristianos, por ejemplo, culpan a Eva —y al pobre Adán— de la caída;
pero Cristo nos redimió: el que lo siga se salvará.
—Eso lo sabemos desde la catequesis.
—Los crédulos —que
no irían a la catequesis— parece que no lo saben. Sin embargo, también están
convencidos de que hubo una edad dorada;
que por la avaricia —el mayor pecado para los crédulos; los creyentes se inclinan por la lujuria— de unos pocos hemos venido a la postración
en que hoy penamos; pero la salvación —quizá votando a Iglesias— es
inexorable y está próxima.
—Hablará usted en broma, don Juan. Los creyentes hallan la
salvación en otro mundo; los que usted llama —con bastante mala intención—
crédulos esperamos hallarla en este —dice el rojo.
—No, querido amigo. También la esperan ustedes para otro
mundo: el del futuro.
—Pero el futuro llegará.
—De ninguna manera: cuando el futuro llegue, será un
presente poco más o menos como este nuestro.
—¿No cree usted en el progreso?
—Por supuesto. Solo los viejos gruñones creen que el pasado
fue mejor que el presente: desde la prehistoria hasta aquí ha habido progreso
moral y material para muchos seres humanos en bastantes lugares de la tierra,
pero no como flecha que se dirige al blanco, sino como un paseante desocupado
que anda errabundo, unas veces deprisa y otras despacio, se entretiene con
cualquier cosa, se sienta a descansar, retrocede… Así se ha ido haciendo la
cultura, es decir la historia: al tuntún.
—Es usted un pesimista, don Juan.
—Si lo dice porque no creo en paraísos ni en mesías, desde
luego: soy un ser humano que espera seguir siéndolo; no tengo ningún interés
por convertirme en ángel.
Cierto contertulio —no lo señalaré— bosteza disimuladamente
y otros se pierden en tanto vericueto. Uno pregunta impaciente:
—¿A qué cuento viene este sermón, don Juan?
—Yo no echo sermones ni quiero prosélitos; pero el otro día
oí en la radio a un estudiante huelguista contándonos la historia de la salvación; tanta ingenuidad me llenó de ternura
hacia el cándido posadolescente que hablaba en nombre de un sindicato de
estudiantes, y de perplejidad hacia el tipo de formación universitaria que debe estar recibiendo. Y el martes pasado leí la columna de Azúa sobre Territorio, el
libro de Miguel Sáenz —Azúa escribe Sáenz, pero El País escribe Saenz: ellos
sabrán—, que todavía no he leído.
Trata de Ifni. ¿Les suena?
A unos pocos nos
cuesta un rato hallar Ifni en el vertedero de recuerdos: cerca de las ruinas del Sputnik, de los barbudos en
La Habana y del segundo concilio vaticano. Los demás, nada. Don Juan explica:
—Ifni está al sur de Marruecos, frente a Lanzarote; fue colonia, luego provincia, española. En 1957 —¡sesenta años ya!— comenzó una pequeña guerra entre España y los
nacionalistas marroquíes, que pretendían incorporar Ifni al reino recién
independizado. En España se hablaba poco de la guerra, pero los que andábamos
próximos a la edad militar sabíamos lo suficiente como para abominar de Ifni,
de las colonias de mentirijillas… y de otras muchas cosas: menos mal
que aquello acabó pronto.
He leído en la Wikipedia el artículo sobre la guerra de Ifni. A mí el sentido que tenga o no tenga la historia me trae sin
cuidado, pero ¿habrá viejos que, confundiendo su juventud con el tiempo de su
juventud, recuerden aquello como el paraíso?
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