El amigo que va a estas cosas acudió la otra tarde a la
presentación del último libro de Horcajada. Naturalmente, le compró un ejemplar
a don Juan. Hoy hablan de ello.
—¿Qué tal la ceremonia?
—pregunta don Juan.
—No lo sé. Horcajada tiene la voz susurrante, monocorde,
fláccida, y una dicción que patina en las erres: más que leer, reza el rosario
como las viejas de antes. Me enteré de poco.
—Nunca he oído leer a Horcajada, pero le pasará lo que a
Mairena —disculpa don Juan.
—¿Qué le pasa a Mairena?
—Que cuando leía
versos —o prosa— no pretendía nunca que se dijese: ¡qué bien lee este hombre!,
sino: ¡qué bien está lo que lee este hombre!, sin importarle mucho que se
añadiese: ¡lástima que no lea mejor!
—Es cierto: al final leyeron algunos espontáneos y me di
cuenta de que los poemas estaban muy bien.
—Últimamente hay inflación galopante de poetas que leen o declaman —rancio verbo redivivo— versos en
público. Algunos hasta les cobran a quienes van a oírlos. Pero hay poemas que no
están hechos para ser declamados y
poetas que no deberían atreverse a declamar.
Horcajada y su poesía son buenos ejemplos. La poesía de Horcajada elude todo
énfasis y grandilocuencia, cualquier tentación declamatoria: se trata de una poesía
para leída en soledad o, como mucho, en grupo pequeño e íntimo. Los poemas de
Horcajada, leídos en silencio, sorprenden, deslumbran, inquietan y conmueven.
—¿Tanto? ¿Ya ha visto usted el libro?
—Sí: es excelente. De los tres que lleva, el mejor con diferencia.
En los anteriores, Horcajada era un poeta de cualidades y afición; en este se ven, además, lecturas y mayor destreza técnica: ha ampliado el repertorio de recursos, los
domina con segura habilidad. También ha crecido el mundo en que se movía: los
primeros libros de Horcajada eran llorar
sin premio y suspirar en vano; aquí hay más anchuras.
—¿Llorar sin premio y
suspirar en vano?
—Saben ustedes que es el último verso de un estupendo soneto de Góngora —no lo sabemos, claro: don Juan nos sobrestima—; pero es igualmente, creo yo, un buen resumen de los otros libros de Horcajada: acumulación de
desdenes amorosos, pese a la constancia del amante, que, por reiterados, se acercaban peligrosamente al tedio.
En Donde nacen los charcos sobreviven
la certeza del inevitable fracaso del amor y la voluntad de perseverar en él;
sin embargo, el mundo de afuera
—físico y metafísico— y el mundo de
adentro —la propia conciencia del yo poético que se explora
meticulosamente— se constituyen en un marco extenso, en un paisaje donde
el amor es solo un elemento: están también la naturaleza, la familia, los
sueños, la incomodidad de la existencia, el pasado, los miedos, el futuro, la
muerte innombrada, los fugaces momentos de felicidad…
—Cuántas cosas —corta el escéptico.
—Muchas, en efecto; dichas de forma original, rica y variada.
Los poemas de Donde nacen los charcos,
unos en verso convencional —o sea, en renglones cortos— y otros en prosa
convencional —o sea, en renglones largos que ocupan todo el ancho de la página—,
están preñados de cosas, ninguna deleznable ni adquirida en el baratillo donde se surten numerosos poetas
provinciales: su autor evita la quincalla que se vende en el mercado común de la plaza del Pilar.
—Tal vez por eso no está en Cántiga —envenena alguien.
—Aunque los criterios de Fernández nos sean desconocidos, no
debemos cargar las tintas: quizá cuando ella comenzó el inventario Horcajada ni escribía ni pensaba escribir. Desde luego, Horcajada no es un
poeta del primer cuarto del siglo XXI: si continúa la dedicación y el
aprendizaje, llegará a ser —ojalá— un gran poeta de siglo XXI. Pero el mar de la
poesía es proceloso, y se requieren buenos pertrechos y destrezas para
manejarse en él: no sé yo si en Almagro los hay.
—¿Qué quiere decir?
—Que Almagro y la provincia, por ahora, son charcos de aguas
someras: surcarlos cómodamente no significa haber alcanzado ya el grado de
poeta. Es preciso aventurarse en mares más hondos, más anchos, más abiertos y
más ventilados.
Don Juan, como Nuestro Señor Jesucristo, habla en parábolas.
Yo ni entiendo ni tengo ganas de hacer de exégeta. Pero la charla me ha abierto
el apetito de leer a Horcajada; compraré Donde
nacen los charcos y lo leeré la semana que entra: el 21 es el Día de la
Poesía.
(Jesús Miguel Horcajada, Donde nacen los charcos, Versátiles Editorial, Huelva, 2017. Diez euros.)
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