Don Juan regresó el jueves de Madrid. Fui a recogerlo a la
estación de Ciudad Real y luego asistimos a la conferencia de Enrique Herrera
en el palacio —o lo que sea— que dicen de los Fúcares —o de quien sea: a ver si los
historiadores acaban de ponerse de acuerdo—. A mí no me seducen las
conferencias: tienen algo de solemnidad impostada, como de ceremonia religiosa
en que los creyentes oyen con recogimiento el sermón y se marchan reconfortados a rumiarlo. A don Juan, sí: don Juan es casi adicto.
El templo rebosaba
de gente: Herrera tiene muchos seguidores entusiastas y fieles. Nos acomodamos
en una de las últimas filas, detrás de tres señoras poco más jóvenes que don
Juan que cuchicheaban a menudo y no paraban de moverse. La conferencia se me
hizo interminable: casi dos horas, sillas duras, lenguaje sacerdotal —o sea,
críptico: serliano, siloesco, la edilicia—, tics profesorales, repeticiones, gotas de demagogia,
pellizquitos de monja ecuánimemente distribuidos… Pero a don Juan le gustó:
—Herrera —concede don Juan— es declamatorio y teatral como
un predicador evangélico; y, como un predicador evangélico, llena los
auditorios y los colma de entusiasmo. No es poco en este Almagro tan renuente a
los estímulos culturales. Además posee sólidos conocimientos: ha dedicado la
vida a investigar y a difundir los valores artísticos del pueblo, y ha
conseguido crear una escuela abundante de discípulos capaces y rigurosos.
También entre los legos —nosotros, por ejemplo— ha sembrado la semilla del interés,
el respeto y la salvaguardia del patrimonio: el hecho de que tanta gente acuda
a oírlo lo demuestra a las claras.
—No sé lo que demuestra, don Juan: todos los almagreños son
partidarios de que se conserven los edificios
emblemáticos que pertenecen a instituciones; muchos menos aprecian la
arquitectura popular; y pocos están dispuestos a acomodar sus conveniencias,
intereses o caprichos a esos valores que, cuando se trata del prójimo, sí
consideran superiores e irrenunciables: no hay más que darse un paseo por ahí
—dice alguien que trabaja en estos asuntos.
—Es posible: muchas fechorías se han perpetrado y no siempre
por los particulares. Sin embargo, el conocimiento y la sensibilidad artísticos son
ahora mayores que nunca: no se flagelen ustedes ni adopten la actitud plañidera
de tantos cultos que se escandalizan
por cualquier menudencia. Es más: quizá sea bueno cometer de cuando en cuando pecados
veniales para que los cultos,
escandalizándose, se reconozcan entre sí y se reafirmen en su conciencia de
casta superior.
Las ironías de don Juan nos descolocan cada vez menos.
Pregunta uno:
—¿No le encontró defectos a la conferencia de Herrera?
—Apenas. El tiempo y la, tal vez, inadecuada valoración del
auditorio. Hubo, es inevitable, algún mínimo desliz sin importancia: Dragonara no está donde
dijo que estaba… Y me hubiera gustado oírle más precisiones sobre
la puerta norte de la iglesia: las diferencias entre el cuerpo inferior y el
superior, el escudo —águila
bicéfala, corona real—, que merece comentario y puede dar mucha información... Ya se las leeremos en el
libro que prometió.
—¿Qué va a ser del edificio, don Juan?
—Lo ignoro, pero así no podrá continuar. El monasterio de la Asunción —habría que decir algo de este dogma recentísimo de la Iglesia Católica: otro
día— es la construcción más importante de Almagro; el claustro, uno de los mejores
de España. Desde antes de la desamortización ha dado tumbos diversos; con los
dominicos pareció hallar tranquilidad; pero ya no hay dominicos en ningún sitio;
la Iglesia, si es la propietaria, y las autoridades civiles deberían llegar a
algún tipo de acuerdo que asegure la conservación mediante un uso digno. Ellos verán: yo no soy quién para dar consejos.
—La desamortización hizo mucho daño —cuela el católico.
—No hubo una desamortización sino varias. Hoy se cumplen 181 años desde que
la Reina Gobernadora firmó el decreto de la más famosa: la de Mendizábal, ni la primera ni la más radical. Las desamortizaciones fueron
inevitables y, aun con sus fallos de ejecución, sumamente beneficiosas. ¿Que se
perdió patrimonio artístico y cultural? Indudablemente. ¿Que se desperdició la
oportunidad de un reparto equitativo de la tierra? También. ¿Que se puso el
acento en el pago de las deudas públicas? Sin duda. ¿Qué muchos bienes pasaron
de las manos muertas del clero a las manos ausentes de los compradores?
Obvio. ¿Qué bastantes eran meros especuladores sin escrúpulos? Por
supuesto… Pero de ahí nace la España contemporánea.
—Y no es un ejemplo para nadie...
—Quizá: ya hablaremos de eso.
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