Con la excusa de liquidar las cuentas de la última vendimia, ayer comieron juntos don Juan y su amigo el bodeguero de Tomelloso. Bebieron buen vino, tomaron un par de copas de Peinado
100 años, se les soltó la lengua, y hablaron dos o tres horas con la franqueza
y la desenvoltura que dan los largos años de trato leal y mutua simpatía. Las
conversaciones de don Juan —lo sabemos bien— nunca descienden a las hablillas
ni dan pábulo a murmuraciones, pero a veces sí prestan atención a los
rumores: cuando forman parte de “la realidad” porque pretenden influir en ella,
y siempre que no toquen la reputación de las personas. Por mera prudencia, si examina un rumor, don Juan se formula —y procura responderse— la sabia pregunta romana: cui prodest?
Hoy, mientras la mañana, que nació radiante, se enturbia a ratos, paseamos por el pueblo; don Juan me cuenta:
Hoy, mientras la mañana, que nació radiante, se enturbia a ratos, paseamos por el pueblo; don Juan me cuenta:
—Dicen en Tomelloso que Cotillas le ha prometido a Cospedal entregarle
pronto, en bandeja de plata, la alcaldía de Almagro.
(Voy contra mi interés a confesarlo: la bandeja de plata es de mi cosecha).
—¿A Cotillas le importa Almagro?
—No. A Cotillas le importan Tomelloso y continuar en el sillón de la
presidencia provincial del PP.
—¿Entonces?
—Para la presidencia del PP a Cotillas le ha salido un rival de cuidado:
Valverde, el alcalde de Bolaños. Si él logra que la alcaldía de Almagro vuelva
al Partido Popular, le dará a roer cebolla. Podrá presumir delante de Cospedal:
“Estando Valverde tan cerca he tenido que venir yo a hacer este trabajo”. Y,
como en lo de Almagro ha de entrar Ciudadanos —entrará sin que le empujen—,
Cotillas espera que en Tomelloso entre también para desplazar a Inmaculada Jiménez.
A mí
tantas carambolas me dan vértigo: no estoy ducho en las intrigas políticas.
Prefiero el espectáculo carnal, limpio y sencillo, del Domingo de Ramos, la multitud
alegre, el inmoderado consumo de botellines, los destellos del sol en las
corazas de los armaos, la
ingenua imagen de Cristo montado en un borrico…
Por la plaza anda algún conspicuo puntal de Ciudadanos. Se lo señalo a don Juan; le pregunto:
Por la plaza anda algún conspicuo puntal de Ciudadanos. Se lo señalo a don Juan; le pregunto:
—¿Para
eso riñeron?
—No
sabemos todavía por qué riñeron. Desde luego, se presentaron separados a las
elecciones para dejar ciego al otro aun al precio de quedarse tuertos, tan
grande era el encono. Pero Ciudadanos debe de sentir ahora una enorme frustración;
el resultado de mayo, excelente, no le vale para nada: ni manda ni influye ni
puede atender a la parroquia, de modo que los desatendidos parroquianos quizá
sientan, en 2019, la tentación de volver a la religión verdadera, que es la del Partido Popular. Por eso tiene
prisa, por eso maniobra, por eso le entusiasma la idea de Cotillas.
—Pero
hay que contar con los concejales populares de Almagro.
—Claro.
Ahí reside el único obstáculo. Al menos los dos primeros —Luis Maldonado y Celestino González— conocen bien el cenagal en que se meterían; tienen, además, una trayectoria
impecable: no será fácil arrastrarlos a este matrimonio de conveniencia en el que no ganarían nada y perderían
crédito personal y político. ¿Cómo justificar la reconciliación tras la ruptura
ruidosa? ¿Por el interés del pueblo? A otro perro con ese hueso.
—El
próximo jueves es el Día del Amor Fraterno —dejo caer con ironía, casi para mí
mismo.
El
gentío nos cerca; salimos de la plaza en busca de un bar; don Juan prosigue:
—Aunque
podrían presionarlos para que dimitan.
No se
me había ocurrido. Muestro extrañeza.
—Ninguno
de los dos vive de la política —dice don Juan—; los dos han demostrado
fidelidad al partido: si alguien los convenciera de que en este momento su
sacrificio es necesario por el bien de la organización…
Quizá
don Juan esté en lo cierto. Pese a lo que muchos creen, hay gente en la
política que no se mueve por intereses mezquinos, personas con valores antiguos
—la fidelidad, la coherencia, el espíritu de servicio, la honradez, el desprendimiento, la dignidad…— capaces de abandonar un cargo sin alegría, pero también sin pena ni resentimiento.
—¿Y
quién sería el alcalde?
Don
Juan me mira con algo de asombro, como si no terminara de acostumbrarse nunca a
mi candidez.
—Qué
más da. Esa no es la pregunta, querido amigo. La pregunta es cui prodest? O sea, ¿quién sería el
primer teniente de alcalde y principal beneficiario de la operación? ¿No estará él detrás de todo esto?