domingo, 14 de febrero de 2016

Camprobín

—Dicen, y será verdad, que estos lodos de corrupción donde han hozado tantos dirigentes del Partido Popular vienen de los polvos de Naseiro.
—Don Juan…
Don Juan ni se inmuta ni se detiene en la pequeña travesura anfibológica:
—Rosendo Naseiro, amigo y paisano de Fraga, hijo también de emigrantes a Cuba, es un hombre hecho a sí mismo. Ya rico, sustituyó a Sanchís como tesorero del PP. De él aprendió Lapuerta; y entre los tres le enseñaron a Bárcenas todo lo preciso para financiar al partido y, de paso, a muchos de los partidarios.
—Lodos fétidos son.
—Los lodos, sí; el producto extraído de ellos, no. Saben ustedes aquello de Vespasiano: pecunia non olet. Si está bien lavado, menos aún. El arte tampoco huele.
—¿El arte?
—La mayoría de los trapisondistas y chanchulleros españoles es lastimosamente vulgar. Hemos visto sus fotos en calzoncillos, casas horteras, vacaciones en Punta Cana, viajes a Eurodisney, coches de futbolista, pelucos por docenas, trajes de crupier que podrían serlo de tahúr… Naseiro, por lo menos, ha demostrado buen gusto.
—Los mandamases del Partido Popular son gente fina: algo se les pegará a los advenedizos.
—Quizá. Naseiro, desde luego, juntó la mejor colección de bodegones y floreros del siglo XVII; no hay otra igual en el mundo. Y los restauró y cuidó primorosamente. Entre hacerse con un Jaguar o con un bodegón de Van der Hamen hay alguna diferencia.
—¿Dónde los guarda?
—Cuarenta cuadros se los compró el BBVA por veintiséis millones de euros y los pasó al Estado en pago de impuestos. Ahora están en el Prado; pero a Naseiro le quedan más.
—Para fundar otro Thyssen…
—A tanto no llega. El Thyssen es mucho Thyssen. Y la baronesa, quien más ha hecho por la cultura española en los últimos cincuenta años. Ella sí merece un respeto.
—¿Por qué hablar, entonces, de Naseiro? ¿Por lo de Valencia? ¿Por lo de Palma? ¿Por lo de Madrid?
—No. Por lo de Barcelona. Y por lo de Almagro. Entre los cuarenta cuadros de la Colección Naseiro hay cuatro de un almagreño: Pedro de Camprobín Passano. El otro día Herrera se refirió a él. Y Arcadio Calvo nos recordó su genealogía no hace mucho.
—Con esos apellidos, no parece de aquí.
—Almagro era entonces más cosmopolita que ahora. Camprobín nació en marzo de 1605. Lo bautizaron en San Bartolomé el Viejo. Era de familia de artesanos o artistas; el padre, oriundo de la Rioja; la madre, de Génova. Se formó en Toledo y ejerció como pintor en Sevilla, donde murió en 1674. Poco más sabemos: todas las biografías repiten lo mismo.
—¿Lo conocen los almagreños?
—Conocemos al hermano, que tiene calle en Los Molinos —tercia alguien con retranca.
Don Juan sonríe. Enmienda:
—Juan de Camprobín no es un hermano: es un error. Cuando Sancho era alcalde, el pleno del ayuntamiento aprobó corregirlo, pero nadie se ha ocupado de cambiar los letreros.
—Cosas que pasan. Decía usted algo de Barcelona…
—Hasta finales de febrero, en el Museu Nacional d’Art de Catalunya hay una exposición de diecinueve bodegones del Siglo de Oro. Allí está Camprobín con un plato de Talavera lleno de higos —a mí me parecieron brevas— absolutamente exquisito. Y el MNAC tiene, que yo sepa, otro cuadro más del almagreño: una canasta de mimbre con flores y, al lado, un pájaro exótico picoteando las que se han caído.
—O sea, que fue importante.
—No fue un genio, pero sí un pintor notable; produjo principalmente bodegones y floreros, que entonces estaban de moda. Hay cuadros suyos en Sevilla, en Dallas, en la Fundación Banco de Santander, en la Colección Abelló —espléndidas ciruelas y manzanas—, en la ermita de San Juan de Las Palmas —donde dicen que es pintor sevillano— y en el Prado, claro: los de Naseiro. De estos cuatro, solo uno está expuesto —en la sala 018—, el mejor, sin duda: una cesta o esportilla de crizneja que derrama encima de la mesa melocotones y ciruelas recién cosechados; a la derecha hay una copa de cristal llena de vino dulce y, a la izquierda, una ollita de barro digna de Zurbarán; la textura de los melocotones es inmejorable.
—Habrá que ir al Prado.
—Siempre hay que ir al Prado, pero la nueva página web del museo permite ver —y descargar— las pinturas de Camprobín, delicadísimas. Yo creo que, si a alguien le diera por vender reproducciones suyas, no perdería dinero.