domingo, 21 de febrero de 2016

Asesinato hecho crónicas

Han visto ustedes que don Juan es gran lector de periódicos. No tanto para informarse de la actualidad, que cada vez le interesa menos, como porque la prensa —la buena prensa— es estupendo espejo del mundo —mundo ella misma, claro— y alimento imprescindible de la ciudadanía democrática y de la convivencia en libertad. Abomina, pues, sin paños calientes de la prensa mala, dentro de la que incluye la prensa sensacionalista, la prensa trivial, la prensa manipuladora, la prensa amarilla, la prensa del que manda…, parientes ellas, pero no idénticas ni igualmente rechazables. Don Juan cree también que una de las mayores debilidades de la democracia española es la escasez de buena prensa y, peor todavía, de lectores de buena prensa.
—En todas partes crecen habas, don Juan. ¿O piensa usted que en Gran Bretaña, en Estados Unidos, en Alemania, en Japón, es común leer los periódicos serios? Las cifras dicen que vende muchísimo más el Sun que el Independent. Por eso este pobre ha tenido que cerrar la edición en papel.
—Es cierto —recula algo—. Pero, a pesar de los pesares, en todos esos países se lee mucha más prensa —en general, y prensa buena en particular— que en España. En España se lee bien poco. Y no solo periódicos.
—¿Y aquí en nuestra tierra?
—Periódicos, menos que en ningún sitio. Casi tan pocos como en Níger.
Don Juan exagera. La exageración es un procedimiento literario de gran eficacia didáctica al que, con las debidas cautelas, don Juan no le hace ascos.
—¿Por qué será eso?
—Lo hemos hablado en más ocasiones. No sabría a qué achacarlo exactamente; quizá porque el nivel cultural no es alto y la calidad de la prensa no va muy allá.
—Qué le vamos a hacer.
—Nada. Nosotros, nada. Quejarnos, si acaso, y predicar. Si no nos oyen, evitar los lamentos. Como les digo siempre, que cada uno haga lo que le dé la gana. Ahora bien, los que comen de los periódicos sí tendrían que esforzarse.
—Señaló usted hace tiempo el círculo vicioso en el que están metidos…
—Es verdad. La vida que llevan los periodistas no me da envidia: precarios, mal pagados, exprimidos por los editores… Por tanto, dificultados para el rigor y la expresión cuidada. Meros transmisores de chismorreos, con frecuencia, o de suposiciones.
—No es raro que muchos intenten la aventura digital; es decir, que se busquen la vida por su cuenta.
—Naturalmente. Hay una proliferación de prensa digital muy interesante: inquieta, no mal hecha, menos complaciente con los que tienen la sartén por el mango…
—Don Juan, no corra tanto: también abunda la prensa servil y aduladora.
—Por supuesto: alguien se lo pagará. Pero no quería yo que hoy nos entristeciéramos por la mala salud periodística. Todo lo contrario. Estos días de atrás hemos podido leer muy buena prensa, hecha sin demasiados medios. Y, además, por un paisano de ustedes.
—¿Dónde?
—En El Bierzo Digital y en el Diario de Astorga. Martínez Carrión, ha escrito allí más de veinte crónicas —la última, y no la mejor, ayer mismo— del juicio por el asesinato de Isabel Carrasco.
—Nos pilla lejos.
—No. Nos pilla muy cerca. La humanidad es la misma en todas partes y los móviles que llevan a alguien al asesinato no son demasiados. Luego lo que ha pasado en León podría haber pasado en Valenzuela.
—Entonces ¿dónde está el interés?
—En la literatura. Piensen ustedes, por ejemplo, en las novelas que hayan leído: se podrían resumir en muy pocas palabras; si se ponen a clasificar los temas y argumentos, no hallarán excesiva variedad. Y, sin embargo, cada una es un mundo. ¿Por qué? Por el milagro de la literatura. O sea, la literatura es como el amor: siempre igual, y hasta aburrido, para el que lo mira; nuevo siempre y arrebatador para el que lo vive. Y el buen periodismo es también buena literatura. Por eso tantos hemos leído las crónicas de Martínez Carrión chupándonos los dedos.
—Usted lo estima mucho.
—Es un gran periodista y agitador cultural que en Almagro no ha tenido demasiada suerte. Pero no hay aquí —ni en toda la provincia— muchos periodistas como él. En las crónicas hemos palpado la política caciquil, una familia muy poco ventilada, relaciones peligrosas, burócratas egoístas, jueces de instrucción chapuceros, policías rutinarios o émulos de Torrente, la mezquindad… y también los pequeños heroísmos, la decencia cotidiana de la buena gente. Y lo hemos palpado porque nos lo ha puesto en las manos la literatura de Martínez Carrión: recia, precisa, irónica, atenta al detalle, perspicaz, efectista a ratos. Si ahora decide corregirlas —porque algún descuido albergan— y las enmarca convenientemente llevándonos a los orígenes de todo esto y a las consecuencias que ha dejado, puede salir de las crónicas un libro estupendo.
—Dígale usted que se aplique a ello.
—Ya se lo estoy diciendo.