Don Juan, aunque muy mejorado, apenas se atreve a conducir,
y menos en estos días desapacibles. Por eso, de vez en cuando le hago de
taxista: ayer mañana lo llevé —con escaso entusiasmo, la verdad— a la
presentación de Cántiga en Ciudad
Real. El claustro del antiguo convento de los mercedarios estaba lleno, pero
eso carece de mérito: el sitio es pequeño; los poetas, numerosos; muchos
disfrutan de la paz conyugal y Dios los ha premiado con hijos e hijas, nueras y
yernos, nietos y nietas abundantes; tienen amigos…; estaban los chicos de Æternam, cuyas abuelas
van a todas partes… Me entretuve mirando a la gente; salvo los poetas —bien
compuestos, formales, sentados en el centro—, el resto se aburría como yo,
entraban y salían, el parqué se quejaba ruidosamente de la desatención… Hubo
quien compró el libro y se marchó antes de un cuarto de hora: me dio envidia.
Don Juan también compró el libro —diez euros: barato para lo que se estila—;
mientras tomábamos un vino en Carmen Carmen, le eché un vistazo:
—¿Tantos poetas hay en la provincia, don Juan?
—Ya veremos. No parecen pocos, pero habrá que leer y después
opinar: tendremos tiempo. De todas formas, siempre ha habido superabundancia de
poetas; se ha ironizado no poco sobre ello, y han sido miles las sátiras contra
los poetas malos, los cuales, obviamente, son más que
los buenos.
Ahí se queda. Hoy don Juan trae en el bolsillo del abrigo el libro de Rivers que nos comentó hace meses.
—En aquel tiempo también proliferaban los poetas y también
se afanaban en apedrearse mutuamente. Unas veces con elegante moderación,
otras con áspera fiereza. Miren, si no, las reacciones conservadoras contra la
nueva poesía de Garcilaso y Boscán, miren lo que le cuenta Boscán a la duquesa
de Soma, y miren este pullazo a los enemigos: Y ¿quién se ha de poner en pláticas con gente que no sabe qué cosa es
verso…?
—Es que Boscán y Garcilaso traían la revolución. A numerosos poetas no les
gustan las novedades —dice un culto.
—Traían la revolución, sí. Y el causante de aquello andaba
hace cuatrocientos noventa años por Almagro.
—¿Boscán?
—No: Navagero. Navagero era embajador de Venecia ante Carlos
V. Llegó a España en marzo de 1525. Un año más tarde asistió a la boda del emperador con su
prima Isabel de Portugal en Sevilla. Luego, también con el emperador, estuvo en
Granada desde mayo hasta diciembre. Allí conoció a Boscán y lo animó a
que intentara en castellano sonetos y
otras artes de trovas usadas por los buenos poetas de Italia. La semilla de
Navagero tuvo un éxito rotundo que llega hasta hoy. El 10 de diciembre de 1526
salió de Granada camino de Valladolid, donde el emperador había convocado
Cortes. El 16 llegó a Almagro. Escribe: Estuvimos
un día en Almagro, detenidos por micer Gaspar Rótulo, y paramos en casa del
bachiller del Salto. De este Rótulo sabemos bastante, gracias a Arcadio
Calvo. Sabemos menos del bachiller del Salto, aunque un descendiente suyo,
quizá nieto, seguía por aquí a finales del siglo.
—¿Qué dice Navagero de Almagro?
—En resumidas cuentas, nada: que es buen lugar, el mayor de la orden de Calatrava y que tiene pozos de agua agria. Habla de las minas de Almadén, de que Ciudad Real se
queda a la derecha —se equivoca, claro—, de Calatrava la Vieja, del Guadiana…
Pero de Almagro no dice absolutamente nada.
—No le llamaría la atención.
—Pudiera ser. Navagero es un hombre curioso, con gran
capacidad de observación y vasta cultura, que describe detalladamente ciudades —Toledo o Guadalajara, por ejemplo— y edificios importantes, de modo que o en
Almagro no encontró nada de interés o sus compatriotas italianos lo ocuparían
en otras cosas.
—¿Cómo no le iba a llamar nada la atención? Él mismo dice
que es un buen lugar…
—Lo era, por supuesto; pero no siempre los viajeros están
atentos a los sitios por donde pasan. Unos días después, el 20 de diciembre,
el emperador y su séquito cenaron y durmieron en Almagro; y al día siguiente también comieron aquí
antes de salir para Malagón. Pero pasaron sin dejar huella y sin que Almagro la
dejara en ellos, que yo sepa. O sea, que ignoramos, incluso, dónde se hospedaron, y eso que el emperador venía bien acompañado y que hacía unos meses que le había arrendado la mesa
maestral al Fúcar.
—Entonces, ¿qué sabemos?
—Que fue el camino
recio de fríos, aguas y nieves, y la emperatriz venía preñada. Parió el 21 de mayo de 1527.
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