—Don Juan, hoy hablaremos de Cervantes, ¿no?
Sale por peteneras:
—El 25 de abril de 1574 era domingo. Ese día, Melchor Pérez
de Torico, gobernador del Campo de Calatrava, mandó pregonar en la plaza de
Almagro que los moriscos de la villa se concentrasen a las dos de la tarde en
el hospital de las Comendadoras “para hacer lista general y que no faltase
ninguno so pena de perdimiento de sus bienes”.
—¿Cuál era el hospital de las Comendadoras?
—Las Comendadoras, obviamente, son las monjas calatravas. Supongo,
por suponer algo, que el hospital sería el antecedente del que aún se conserva en la calle Dominicas. ¿Dónde estaba en 1574? Lo ignoro: alguien
más instruido nos lo podrá decir.
—Nos lo dirá un alma caritativa, sí. Pero yo le
preguntaba por Cervantes.
—Y yo le contesto.
O don Juan nos va a mostrar sofisticadas teorías científicas
o nos descubrirá algún Mediterráneo.
—¿Habla usted del efecto
mariposa? ¿El pregón de Melchor Pérez provocó el cautiverio de Cervantes,
por ejemplo?
Se trata del Mediterráneo:
—No. El pregón de Pérez y el cautiverio de Cervantes
reflejan bien la situación del Mediterráneo en la época, y cómo la gran política golpea, sobre todo, a los
individuos del montón: los moriscos de Almagro o Miguel de Cervantes, sin ir
más lejos.
—Explíquese, por favor.
—En
1574, como ahora, al Mediterráneo se asomaban cristianos y musulmanes.
Siguiendo las agujas del reloj, desde las costas del Adriático hasta Gibraltar dominaban
los musulmanes; desde Gibraltar a las costas croatas —entonces venecianas—, los cristianos. Como
ahora, las relaciones entre cristianos y musulmanes eran complejas, a menudo
violentas, y dominadas tanto o más por la geopolítica que por la religión. Como
ahora, algunos cristianos —los renegados—
se pasaban al bando musulmán y se dedicaban a esa suerte de
terrorismo avant la lettre que era la
piratería. Como ahora, se miraba a los musulmanes o descendientes de musulmanes
que vivían en territorios cristianos —por ejemplo, en España— con recelo.
—Poco
ha cambiado el mundo.
—El
mundo es siempre idéntico. Cervantes estaba aquel domingo de abril en Nápoles. Tenía
veintiséis años. Había participado en la conquista de Túnez, que se perdería enseguida.
En poco tiempo saldrá para España; lo apresarán los piratas; vivirá cautivo
varios años… Es decir, el joven soldado lleno de
entusiasmo se transformará en adulto esclavizado por las exigencias perentorias de una vida inclemente.
—¿Y los
moriscos de Almagro?
—Los
moriscos habían venido deportados tras la guerra de las Alpujarras. La guerra
de las Alpujarras fue durísima, atroz, salvaje por ambas partes. Para que no se repitiera, Felipe II decidió deportar a todos los habitantes de las tierras sublevadas, repartirlos por la corona de Castilla, y repoblar el reino de Granada con cristianos viejos: también avant la lettre, limpieza étnica. Al Campo de Calatrava llegaron muchos granadinos. Y
había que controlarlos: por eso el pregón. ¿Les suena? Imaginen la triste recua humana por los caminos: el hambre, la sed, las enfermedades, los muertos; imaginen la
llegada a los pueblos, el realojo. Imaginen también a los cristianos apresados
por los piratas, a los cautivos de Argel…
—Penando
e incubando rencores.
—Que
duran hasta hoy. Pero no todos se dedicaron a la industria del odio. Cervantes,
por ejemplo, prefirió observar, comprender, aprender. Y numerosos cristianos
viejos tuvieron buenas relaciones con los moriscos y,
cuando llegó el momento de la expulsión, los avalaron, los escondieron, les
ayudaron a escabullirse y a volver. Todavía quedan por aquí muchos
descendientes de moriscos. Pocos tendrán conciencia de que lo son; pero, si los
historiadores o los antropólogos se ponen a escarbar, pronto encuentran
huellas.
—Hay
gente buena en todas partes.
—Claro:
Cervantes es uno. Miren si la vida le dio golpes; miren si su talento estuvo
poco reconocido… él fue incapaz de odiar o de amargarse. Por eso, como hoy habrá infinitos doctos incensando al Cervantes personaje, creo yo que no es mal día para recordar los méritos del Cervantes persona: normal, inteligente y comprensivo, bueno como la mayoría —la multitud inacabable de hombres y mujeres comunes que sufren la historia sin hacerla—, amigo que podría estar aquí bebiendo vino —si bien, permanentemente estupefacto ante la balumba de estupideces y rimbombancias que le hacen decir—. O sea, uno de los tantos que, sin enterarse, salvan el mundo. ¿Les parece bien?
Y
nosotros, ni héroes ni sabios ni santos, simples bebedores, nos pedimos otra ronda en su honor.
(Nota: el dato del pregón está en la página 291 de Los moriscos de la Mancha. Sociedad, economía y modos de vida de una minoría en la Castilla moderna, libro excelente de Francisco J. Moreno Díaz publicado por el CSIC en 2009.)
(Nota: el dato del pregón está en la página 291 de Los moriscos de la Mancha. Sociedad, economía y modos de vida de una minoría en la Castilla moderna, libro excelente de Francisco J. Moreno Díaz publicado por el CSIC en 2009.)
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