Boscán y Garcilaso: Su amistad y el Renacimiento en España
Elias L. Rivers
Sibila
Sevilla, 2010
Ya hemos leído aquí algún libro de Sibila y hemos elogiado la meritoria labor de la editorial sevillana. Hoy don Juan lee este libro del hispanista norteamericano Elías L. Rivers, que falleció el año pasado con casi noventa años. Rivers fue hombre de vida intensa, raros saberes y trayectoria académica ejemplar. Fue también uno de esos sabios meritorios que nos enseñó a los hispanohablantes cosas que ignorábamos sobre nuestros clásicos —particularmente los poetas del siglo XVI— y a mirarlos con otros ojos. Por ello, con la lectura de esta obrita, don Juan le rinde modesto homenaje.
El libro responde a lo que dice el título. Analiza la estrecha amistad que mantuvieron Boscán y Garcilaso, y cómo esta influyó en la aclimatación de la literatura renacentista de origen italiano en nuestra lengua. Y lo hace fijándose no solo en la poesía, sino también en un libro en prosa —El cortesano, de Baltasar Castellón, cuya influencia fue enorme— que Boscán tradujo impecablemente.
Además incluye documentos del máximo interés —como la carta-prólogo de Boscán a la duquesa de Soma— y los poemas que uno y otro se dedicaron mutuamente.
Por menos de ocho euros se puede pasar muy buen rato y enterarse de muchas cosas.
Para ilustrarlo, aquí van dos sonetos, el 28 de Garcilaso y el 129 de Boscán:
Soneto XXVIII
Boscán, vengado estáis, con mengua mía,
de mi rigor pasado y mi aspereza
con que reprendeheros la terneza
de vuestro blando corazón solía;
agora me castigo cada día
de tal selvatiquez y tal torpeza,
pero es a tiempo que de mi bajeza
correrme y castigarme bien podría.
Sabed que en mi perfecta edad y armado,
con mis ojos abiertos, me he rendido
al niño que sabéis, ciego y desnudo.
De tan hermoso fuego consumido
nunca fue corazón; si preguntado
soy lo demás, en lo demás soy mudo.
Garcilaso
Soneto CXXIX
Garcilaso, que al bien siempre aspiraste
y siempre con tal fuerza le seguiste
que, a pocos pasos que tras él corriste,
en todo enteramente le alcanzaste,
dime: ¿Por qué tras ti no me llevaste
cuando de esta mortal tierra partiste?
¿Por qué, al subir a lo alto que subiste,
acá en esta bajeza me dejaste?
Bien pienso yo que, si poder tuvieras
de mudar algo lo que está ordenado,
en tal caso de mi no te olvidaras:
que o quisieras honrarme con tu lado,
o a lo menos de mí te despidieras,
o, si esto no, después por mí tornaras.
Boscán
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