El
otro día, volviendo de las Minillas, le pregunté a don Juan si
había muchas cosas así por Almagro.
―En
Almagro y alrededores no queda paisaje natural, de
modo que, mire adonde mire, casi todo lo que vea sobre la tierra
―plantas
y animales, también― lo
han puesto los seres humanos o lo han modificado los seres humanos.
Piense usted que aquí ha habido presencia humana constante desde
hace cuatro o cinco mil años, y toda la gente ha usado
el medio y ha dejado
huella en él.
Poblados de la Edad del Bronce los hay a
decenas, por ejemplo. Pero, sin remontarnos tan atrás, el campo está
lleno de vestigios culturales. Quizá los más conocidos sean las
norias, casi ninguna en funcionamiento ya, con las artes rotas o
dispersas adornando chalés; pero hay canteras, caleras y yeseras, y
hornos de yeso y cal; palomares,
chozos, cosques, unos más
elaborados que otros, algunos intactos y otros abandonados o
envilecidos con arreglos
diversos; nobles casas de labor y casejas de gañanes; majadas de
pastores; puentes, caminos antiquísimos de personas y ovejas;
pedrizas y majanos; fuentes y abrevaderos; ermitas,
cultivos diversos...
y, claro está, carreteras
asfaltadas, líneas eléctricas, riego por goteo, viñas en
espaldera, campos
ostentosos...
Como quien engatusa a un niño, añade:
―Si un día tenemos tiempo iremos a unas ruinas que me gustan mucho.
Como quien engatusa a un niño, añade:
―Si un día tenemos tiempo iremos a unas ruinas que me gustan mucho.
Y
hoy hemos ido. Los
meteorólogos pronosticaban las penas del infierno, así que salimos de Almagro bien temprano, en mi coche, por la carretera de Carrión.
Lo he dejado donde la
cañada real de la Plata se cruza por primera vez con la carretera.
Desde ahí, andando hacia el suroeste por caminos intrincados que don
Juan transita sin vacilar, nos dirigimos a las “Ruinas del Convento
de los Dominicos”.
―En
los primeros mapas topográficos, y hasta la edición de 1953,
aparece este nombre al
noroeste del término municipal de Almagro, en el rincón que forma
con los de Pozuelo, Miguelturra y Carrión, a medio kilómetro de la
vía del tren. En la edición de 1953 dice simplemente “Ruinas”,
y en las actuales, nada de nada.
―¿Un convento? ―pregunto
incrédulo.
―Probablemente los dominicos de la universidad tendrían aquí una huerta o retiro.
Se desamortizaría en el siglo XIX y los nuevos propietarios lo
adaptaron
a sus necesidades o lo expoliaron
y lo dejaron
abandonado. Quizá Valle Calzado o Martínez Carrión, que han
estudiado estos temas, nos podrían decir algo; yo
solo
sé lo que veo: no he encontrado nada escrito referido a este asunto,
aunque sí
una ruta en Wikiloc
que arranca del cruce entre la autovía y la carretera de Carrión a
Almagro, pero que da información sumaria.
Aunque
todavía no son las siete, ya están los cazadores, vestidos de marines,
prestos al exterminio de conejos. Le preguntamos a uno qué caza es
esta, y nos dice que hay muchos conejos, que hacen mucho daño a la
agricultura, que han dado permiso para el descaste y que así se
entretienen un poco. Ellos verán.
Bien
pendientes,
pues, de
los tiros, discurrimos
entre rastrojos; gozamos la sombra de encinas centenarias; bordean el camino viejos olivos de
troncos retorcidos; las viñas nos regalan el verde tierno y jugoso de la juventud; un
pastor, tan cauto como nosotros, vigila a las ovejas que comen
tranquilas, ignorantes de riesgos...
En media hora estamos en las ruinas del convento.
En
efecto, lo
son: enfrente, una hacina de alpacas,
compacta como un castillo, proclama la evidencia. Pero en los buenos tiempos fue edificio rectangular de cuarenta metros de largo por veinte de ancho, poco más o menos, y las dependencias
dispuestas alrededor de un patio central también rectangular.
Todas se han venido abajo y forman montones de escombros en los que
crecen tobas altas y espesas. En la esquina del noroeste, sin
embargo, sobrevive milagrosamente una pequeña habitación cuadrada
cubierta de cúpula de media naranja sostenida por pechinas. Hace años destejaron la cúpula y algunas piedras están desprendidas; los conejos llevan tiempo entregados a una tenaz labor
de zapa que mina los cimientos; dentro han hallado refugio las
gentes del campo y, admirados de hallarse allí, han
dejado firmas, letreros y fechas en las paredes ―también
latas de sardinas y cascos de cervezas Calatrava―.
Don
Juan no sabe qué función pudo tener este cuarto, quizá la de
oratorio.
Durante
más de media hora, en silencio, recorremos la ruina. Yo hago algunas fotos. Volvemos al coche mustios. Me acuerdo de Du Bellay, de Quevedo, de Caro, pero no digo nada.