domingo, 22 de julio de 2018

Curas casados

Cuando llego a la plaza don Juan está hojeando el periódico de ayer. Me ve; lo cierra; sin saludar ni nada, señala la columna de la última página:
Curas: eso es lo que nos sobra.
—¿Que sobran curas? Ande, don Juan, ¡si quedan cuatro…!
—Contando únicamente los que han recibido el sacramento del orden, sí: quedan pocos; incluso en ciertos países —el nuestro, por ejemplo— casi habría que protegerlos como especie en peligro de extinción.
—¿Entonces?
Contesta con otra pregunta:
—¿Sabe usted lo que es un cura?
Titubeo:
—Hombre…
Don Juan se responde solo:
—Dejando aparte lo que digan el derecho canónico o el catecismo, en realidad un cura es alguien que lo sabe todo, que no duda nunca, que guarda en la mochila las recetas para la felicidad presente o futura del prójimo. Precisamente porque se sabe en posesión de la verdad, se cree en la obligación de decirles a los demás lo que deben creer, lo que deben pensar, cómo deben obrar… ¡Ay de ellos si no le hacen caso! Si no le hacen caso, serán declarados réprobos y expulsados a las tinieblas exteriores.
—Tampoco hay tantos de esos, don Juan: a la mayoría de la gente las ideas, creencias o comportamientos ajenos le traen sin cuidado.
—Quizá. Sin embargo, por desgracia abundan también los que tienen vocación sacerdotal.
—Dígame alguno.
—Le diré dos que nos pillan cerca.
—Adelante.
Desdobla el periódico de hoy; me enseña el titular de la elección de Casado:
Aquí tiene uno. Quiere obstaculizar los abortos, olvidar la memoria histórica, impedir la eutanasia, engordar la enseñanza concertada en perjuicio de la pública, prohibir el independentismo…
—Eso es ideología, don Juan: nada más. Casado percibe acertadamente que Rajoy y Sáenz de Santamaría se ha comportado como meros burócratas y que los militantes del PP están deseando el rearme ideológico para contrarrestar a Ciudadanos.
Rearme: dice usted bien. Si alguien se rearma será por dos razones: o porque quiere guerra o porque tiene pensado imponer sus ideas a mamporros. Casado, como el abuelito Aznar, junta ambas.
—¿Es malo tener ideología?
—De ninguna manera: es malo querer imponerla a la fuerza. En las democracias liberales —es decir, en las únicas que merecen el nombre— existen consensos básicos en lo que se refiere al ámbito público; en cambio, en el ámbito privado nadie debe entrometerse.
—¿Qué quiere decir?
—Que en las democracias los derechos no se restringen, se amplían. ¿Casado y sus secuaces están en contra del aborto? Que no aborten. ¿Quiere morir decrépito y en un ay? Él verá… Ahora bien: ¿qué le importa lo que hagamos los demás! Si le importa es porque tiene vocación sacerdotal, desde luego.
—Pero lo de la memoria histórica o la enseñanza concertada sí son cuestiones ideológicas.
—Claro. Y lo retratan perfectamente: orgulloso de sus orígenes franquistas y partidario de las desigualdades sociales. O sea, alguien del que cualquier persona sensata debería huir como del diablo.
—Está usted dando recetas, don Juan.
—No: por eso he usado el condicional. Aunque me gustaría que las cosas fueran de otra manera, es evidente que en España quedan muchos franquistas, como en Italia quedan fascistas, en Alemania —y en Austria, más nazis, en Rusia bolcheviques… Y en todo el mundo hay numerosísimos partidarios de las desigualdades. Ahora bien, que disimulen por lo menos: es lo que hacen los más inteligentes.
—Lo que hacían: ahora se están quitando la careta.
Don Juan asiente:
—Lleva usted razón. Acaso por viejo peco de optimismo. Rajoy o Santamaría disimulaban; Casado se ha quitado la careta.
—¿A qué se debe?
—Lo ignoro. Ahora bien, de vez en cuando fantaseo con una conjetura que me intranquiliza no poco.
—Cuéntemela.
—A lo largo de la historia se han sucedido etapas más racionales y otras menos. La conjetura es que hemos empezado a caminar por una de esas etapas oscuras en que la razón se arrumba y gana terreno la fe.
—Vacas gordas para los curas.
—Efectivamente. Y de todos los pelajes.
—¿Pelajes?
—Ayer tarde estuve en el Silo viendo una representación del Almagro Off. El escenario estaba plagado de curas. Modernos y biempensantes, pero curas. Por eso nos echaron un sermón genuino; o sea, nos consideraron bobos y pecadores. Como nos consideraban bobos, nos administraron la doctrina muy bien triturada; como nos consideraban pecadores, nos proporcionaron las herramientas infalibles para evitar el pecado. Hasta nos dieron una piedra…
—¿Para qué?
Qui sine peccato est
—¿Qué hizo con ella?
La saca del bolsillo de la chaqueta:
—Aquí está, pero se me pasaron ganas de tirársela.

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