—Para que no se escape la oportunidad, lo diré enseguida: me gusta el gobierno de Sánchez.
—¿Qué oportunidad?
—La de poder decirlo. Nosotros, que vamos siendo viejos, sabemos bien cómo es la vida: los entusiasmos se disipan, las ilusiones se ajan: pronto o tarde este gobierno me irá gustando menos. De modo que, antes que el tiempo muera en nuestros brazos, antes que el viento helado marchite las rosas ahora frescas, antes que sean lástima vana, antes que los oboes…
—Don Juan, frene, que las efusiones líricas son resbaladizas: se lo hemos dicho innumerables veces.
—Freno. Pero no me priven ustedes de este pequeño y raro placer.
—¿Cuál?
—El placer de estar de acuerdo con el gobierno y proclamarlo en voz alta: me gusta el Gobierno de Sánchez.
El conservador tampoco se priva de una suave pulla:
—¡Con las alabanzas de hoy no querrá usted tapar desafecciones de antaño?
—En absoluto. No le debo nada a nadie ni espero nada de nadie, por lo tanto, procurando no ofender, puedo expresarme con franqueza en casi todos los asuntos.
—¿Ha cambiado de opinión sobre Sánchez?
—Todavía no; sin embargo, en los últimos quince días advierto en él virtudes que no sospechaba.
—Díganos alguna.
—Visto desde ahora, lo que supusimos dejadez acaso fuera paciencia, o sea, no carece de perseverancia ni tesón; en el asunto de la moción de censura ha demostrado sentido de la oportunidad; ha tenido suerte; El País se le ha puesto en contra…
—¿Es una virtud la suerte?
—Napoleón, que sabía de estas cosas, apreciaba la suerte de sus generales más que cualquier otra.
—Tener en contra a El País ¿también lo es?
—No; pero me recuerda lo de Adolfo Suárez.
—¿Adolfo Suárez?
—Al llegar al palacio de Villamejor —allí estuvo hasta enero de 1977 la presidencia del gobierno: en Castellana, 3—, Suárez era joven —cuarenta y cuatro años—, apuesto, ambicioso, con poca experiencia de gobierno y mucha en las covachuelas del partido —movimiento, en aquel caso—, flexible, inculto, práctico, ligero de ideología, El País lo recibió con el celebérrimo ¡Qué error, qué inmenso error!… Sánchez es joven —cuarenta y seis años—, apuesto…
—Frene, don Juan, que ya sabemos adónde quiere ir.
—Me falta una cosa: Suárez supo —y, por lo que vemos, Sánchez sabe— reconocer el mérito ajeno: ¡y esa es una virtud grande e infrecuente!
—¿Quiere decir que sus ministros los superan?
—Sí.
—¿Y que asistimos al parto de una nueva etapa política?
—No me atrevo a tanto. Las circunstancias actuales son mejores que las de hace cuarenta y dos años. Ahora bien, falta la voluntad de concordia que había entonces y no veo quiénes pudieran ser el Carrillo, el Tarradellas, incluso el Fraga, de hoy. Aunque... Como las cosas no podían / ir a peor —escribió Kafka / en su diario—, mejoraron. Ojalá.
—El gobierno de Sánchez es muy distinto del gobierno de penenes que formó Suárez en julio de 1976.
—Mejor para Sánchez. Suárez alineó un gobierno de penenes porque nadie de prestigio quería estrellarse con él. Si Sánchez ha podido juntar a personas de currículo tan contundente será porque no temen estrellarse.
—Insensatos que son.
—En todo caso, insensatas. O quizá Sánchez las haya seducido con un proyecto de regeneración del país que no tenga horizonte de meses, sino de años.
—Lo que le digo: insensatos e insensatas: ¿cómo va durar un gobierno al que sostiene menos de un cuarto de los diputados?
—Iremos viendo. Mientras, ya han hecho cosas de enorme valor simbólico que quienes vengan detrás no osarán revertir: ¿quién recuperará el crucifijo y la biblia?, ¿quién formará un gobierno solo de varones?
—Menudencias.
—Menudencias que cambian la vida de una sociedad a largo plazo: como el divorcio o la ley de los matrimonios homosexuales, por ejemplo.
—¿Le gustan todos los ministros, don Juan?
—Las ministras especialmente —lo dice sin sombra de ironía.
—¿Hasta el de cultura?
—No lo conozco: ya lo juzgaré luego.
—¿No lee los premios Primavera?
—No.
—¿Ni ve el programa de Ana Rosa?
—¿Ana Rosa la plagiaria? Tampoco. Pero a Huerta le reprochan que sea mal escritor y que no entienda de deportes: podrían reprochárnoslo a nosotros perfectamente.
—Nosotros no somos ministros.
—Ni a los ministros les es imprescindible escribir de forma exquisita o leer el Marca. Yo que ustedes miraría más bien lo que piense hacer con el Festival y el Museo del Teatro, que caen bajo su jurisdicción, es decir, a quién pone en el INAEM y con qué ideas.
—Nosotros no somos ministros.
—Ni a los ministros les es imprescindible escribir de forma exquisita o leer el Marca. Yo que ustedes miraría más bien lo que piense hacer con el Festival y el Museo del Teatro, que caen bajo su jurisdicción, es decir, a quién pone en el INAEM y con qué ideas.
—Entonces, ¿aplaude los nombramientos?
—Menos el del consultor Iván Redondo.
—¿Qué le ha hecho el hombre?
—A mí nada; a Monago, caer en el ridículo frecuentemente: ¿se acuerdan de Woody Allen?
—A mí nada; a Monago, caer en el ridículo frecuentemente: ¿se acuerdan de Woody Allen?
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