Hemos comido en un restaurante recién abierto de la calle de Bernardas. Salvo por el nombre y una niña que lloraba sin consuelo ni tregua, nos ha gustado: tendremos que volver. Copas luego en la calle de Madre de Dios, en un sitio penumbroso, de aire cándidamente pasado de moda; don Juan no lo conocía; tal vez le recuerde tiempos mejores, porque lleva un rato sin meter baza en la conversación. De pronto dice:
—En la primera legislatura de la democracia la actividad del Congreso de los Diputados acabó siendo muy interesante y, vista desde hoy, sumamente instructiva.
Del corro brotan sonrisas y murmullos entre comprensivos e indulgentes: cosas de don Juan, pensarán.
Cosas de don Juan, en efecto, pienso entre mí yo también. A menudo don Juan echa mano a la historia no por lo que pueda tener de erudición, menos todavía por exhibicionismo pedante; don Juan recurre a la historia como magistra vitæ, que decían los antiguos: para extraer de ella alguna luz que ilumine el presente y constatar —unas veces con melancolía, otras con satisfacción— que las flaquezas y virtudes humanas son en la actualidad las mismas que en el Paleolítico.
—¿Qué pasó en la primera legislatura de la democracia, don Juan?
—Muchas cosas que quizá no venga mal recordar.
—Empiece.
—Ahora se habla constantemente de que el bipartidismo ha desaparecido para siempre y que hemos de acostumbrarnos a la pluralidad, a los gobiernos en minoría, a los pactos y coaliciones. Será verdad. Pero en el Congreso de 2018 hay siete grupos parlamentarios; en el de la primera legislatura había diez. El grupo mixto —el cajón de sastre donde van a parar los diputados que no hallan acomodo en otro sitio— cobija en 2018 a diecinueve diputados; el de la primera legislatura llegó a contar treinta y tres. Había allí gentes conspicuas y diversas: Juan María Bandrés, Heribert Barrera, Francisco Fernández Ordóñez, Modesto Fraile —aquel que, según el chiste de Forges, pretendía ascender a Importante Obispo—, Francisco Letamendía, Telesforo Monzón, Ramón Tamames —que empezó por entonces el camino hacia la derechización y la irrelevancia—, o Blas Piñar y Fernando Sagaseta…
De la letanía de don Juan nos suenan algunos nombres; otros —y probablemente hablaríamos de ellos largo y tendido en su momento— yacen sepultados bajo la losa del olvido.
—¿Nos va a contar la vida y milagros de cada uno, don Juan? —pregunta aprensivo el despistado.
—Más adelante, quizá —responde don Juan tranquilizador—. Por ahora confórmese con los dos últimos.
—A Blas Piñar lo conocemos —interviene el conservador.
—Unos más que otros —puntualiza el rojo con algo de ironía.
—Unos más que otros, claro —el conservador no se achica—. Todos, sin embargo, sabemos que era un franquista recalcitrante, acaso más franquista que el propio Franco, con ribetes fascistas, impulsivo, fundador de un partido extremista y violento… En la Europa de nuestros días hubiera hecho buenas migas con Le Pen, Salvini, Orbán, o sea, con gente poco recomendable, lo reconozco. Ahora bien, nadie podrá negarle ni coherencia ni dotes oratorias.
—Llamas coherencia a lo que nos es más que obcecación, y dotes oratorias a la palabrería ampulosa, enfática, mentirosa y, al cabo, inane.
Don Juan atiende complacido; pero alguien, temiendo que la disputa se haga interminable, cambia de tema:
—¿Sagaseta quién fue, don Juan?
—Fernando Sagaseta Cabrera era un abogado nacido en Las Palmas que padeció la cárcel durante el franquismo, militó en el PCE, fundó la Unión del Pueblo Canario, anduvo en el PCPE, en Izquierda Unida… y, a pesar de tantos vaivenes y cambios, nunca se apartó del marxismo-leninismo ortodoxo ni del nacionalismo canario. Fue famosa su oratoria contundente, inflamada y viva.
—Es decir, igual que Blas Piñar, pero en las antípodas —resume uno.
—Los extremos se tocan —remacha otro.
—Aunque Sagaseta, exaltado en las formas y algo naíf si trataba del imperialismo yanqui o de la crisis final del capitalismo, decía muchas cosas sensatas acerca, por ejemplo, del problema del agua y la sobrepoblación de Canarias; y distinguía bien entre liberación de los pueblos e independencia. Mientras que Blas Piñar…
El despistado ruega:
—¿A qué viene esta matraca? ¿Sacaremos algo en claro? Podríamos hablar de la actualidad…
—De eso hablamos —tranquiliza don Juan—. Algunos incidentes de la semana pasada en el Congreso, broncos, torpes, tabernarios, me han recordado aquellos tiempos en que era posible discutir sin salirse de madre. Si uno compara a Sagaseta con Rufián o con Hernando, dan ganas de sumarse a los viejos que pontifican sobre la decadencia de la humanidad en general, o a los cultos que lamentan el descrédito de las humanidades, haya las que haya. ¡Adónde iremos a parar!
—¿A qué viene esta matraca? ¿Sacaremos algo en claro? Podríamos hablar de la actualidad…
—De eso hablamos —tranquiliza don Juan—. Algunos incidentes de la semana pasada en el Congreso, broncos, torpes, tabernarios, me han recordado aquellos tiempos en que era posible discutir sin salirse de madre. Si uno compara a Sagaseta con Rufián o con Hernando, dan ganas de sumarse a los viejos que pontifican sobre la decadencia de la humanidad en general, o a los cultos que lamentan el descrédito de las humanidades, haya las que haya. ¡Adónde iremos a parar!