domingo, 5 de agosto de 2018

'El cuaderno iluminado'

Primer sábado de agosto, conque don Juan nos invita a comer en Navaltizón. La casa en penumbra es un búnker donde resistimos hasta el atardecer las iras del infierno. Comemos, bebemos, hablamos, tomamos café y copas en la biblioteca… En la mesa de trabajo, junto al ordenador, me tienta un libro de Almud.
—Extraordinario. Y el adjetivo sirve de descripción y elogio —dice don Juan antes de que alargue la mano.
—Cuente.
—Saben ustedes que, en general, la poesía de por aquí es más bien alicorta. Este libro, en cambio, es audaz, vuela alto: supone, pues, un acontecimiento casi milagroso y, desde luego, inesperado. Pero también es un libro de notable calidad que merecería saltar las bardas del corral de su provincia.
—¿Por qué?
—Porque es culto y exquisito.
—¿Elitista?
—Naturalmente: dirigido a la inmensa minoría de lectores que esperan de la poesía algo más que prosa anodina dispuesta en renglones cortos. Y en unos tiempos en que los poemarios apenas se distinguen de los libros de autoayuda y en que la poesastra por excelencia presume de tristeza —una tristeza light, de mentirijillas, para qué engañarnos— dar con un libro tan logrado y jubiloso regocija el alma y la llena de optimismo: hay esperanza.
—¿A qué se refiere?
—A la poesía. Desde hace demasiado tiempo, la poesía española es mayoritariamente —quienes se salen de la corriente mayoritaria son anomalías heroicas— rastrera, pobre y satisfecha de sí misma; de los parapoetas jóvenes para qué hablar; urge una renovación que, obviamente, ha de venir sobre todo por el lado de la lengua: la poesía es, antes que nada, un lenguaje desacostumbrado, de estreno, que se distingue del lenguaje cotidiano en el léxico, en la sintaxis y en los procedimientos expresivos, y se inscribe en una tradición que ya ha dado frutos magníficos —por lo que toca a nuestro libro, Góngora, García Baena o Martínez Mesanza, entre otros—. Cualquier poeta digno del nombre —aparte de los talentos que Dios le haya dado y del afán que haya puesto en cultivarlos— debe saber que manejará materiales delicados y peligrosos: las palabras; ha de tratarlas con respeto, seriedad y conciencia del riesgo.
—Pero, si se pone el acento solo en el lenguaje, acaso caigamos en una poesía sonajero, ampulosa, hueca y ajena a los intereses y necesidades de las personas comunes.
—No sé qué entenderá usted por intereses y necesidades de las personas comunes, aunque supongo que estará hablando de lo que inquieta y colma a todos los seres humanos, comunes o no: el amor, el paso del tiempo, la felicidad o la desgracia, el asombro y el desasosiego ante el espectáculo del mundo, el afán de belleza, la comprensión de uno mismo, la muerte…. Si es así, y olvidando por ahora que el poeta hace al lector, es evidente que cabe acercarse a tales intereses y necesidades con veneración y cautela o al tuntún y chabacanamente; es decir, si el poeta es consciente de su oficio, usará un lenguaje a la altura; si no, se expresará como quien compra boquerones.
—Carretero pertenecerá al primer grupo…
—Naturalmente. Carretero ofrece en El cuaderno iluminado —al que le faltan las iluminaciones, tal vez porque fuera costoso publicarlas, pero nos las va dando semanalmente en Facebook— veintisiete hermosísimos sonetos formados casi siempre por endecasílabos blancos. Los sonetos describen paisajes, mitos, objetos artísticos, faenas, poetas y poemas, recuerdos; cada uno viene situado en el tiempo —estación del año y momento del día— y, a menudo, en el espacio, sea de manera precisa —Zanzíbar, Bordighera, Pontevedra, Heraclión— o por algún elemento que muy frecuentemente tiene que ver con el agua. Usa un léxico rico y lujoso —pero no insólito—, una sintaxis ortodoxa, y recursos expresivos diversos, entre los que descuellan las aliteraciones: brillantísimas. Todo el libro exhala refinamiento, nunca pedantería.
—Dice usted que describe mitos: ¿no los narra?
—No; y es uno de los grandes aciertos. Los mitos se evocan, no se cuentan, mediante ciertos detalles del paisaje: el conocimiento del amor entre Dafnis y Cloe por la exuberancia feliz del verano, la muerte de Tiresias por la luna que fosforece en la fuente, el rapto de Hilas por los extraños círculos del agua, la sangre de Acis convertida en río por la luz roja del crepúsculo… Este de Acis es, por cierto, el único poema con rima: asonante en los pares; quizá otro día nos aventuremos a explicar por qué.
—O sea, que le ha gustado el libro.
—Me ha entusiasmado: le debo muchos ratos felices. Y algo tiene que ver en ello la labor de González-Calero: es tipográficamente impecable.
—¿Valdría para Almagro Íntimo?
—No es cosa nuestra. Pregúnteselo a los organizadores.

Fernando José Carretero. El cuaderno iluminado (En la galería de las rosas). Almud, ediciones de Castilla-La Mancha. Toledo. 2018. Doce euros. 

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