Don Juan no ha venido este fin de semana. La hija y el yerno
están de vacaciones en Estepona; el nieto futbolero acompañó ayer al equipo en el
viaje a Gavá y, tal vez para aliviar la derrota —¿cómo es que en ninguna de las
crónicas del partido se compara al Almagro con don Quijote, derrotado también
en las afueras de Barcelona? ¡Con lo fácil que era y el pisto que hubiera dado!—,
se ha quedado allí un par de días; el otro nieto anda de exámenes, y don Juan atiende
en Navaltizón a los preparativos de la siega, inminente. Como ya esto del blog no le disgusta y hasta entiende que
tenemos una obligación con los lectores —pocos o muchos, da lo mismo— que nos
esperan todos los domingos, normalmente, si no va a venir, me avisa con tiempo
e incluso me sugiere de lo que puedo escribir: conversaciones de otros días,
apuntes atrasados, algún asunto de actualidad más o menos interesante…
Pero hoy nos ha pillado el toro. Cuando hemos hablado esta mañana por teléfono
me dice:
—Comente usted las encuestas electorales; estos días las
hemos venido siguiendo y parece que confirman lo que apuntábamos:
que ganarán los extremos, es decir, que habrá gobierno de Rajoy cuatro años más.
Pero yo no tengo ganas de dar vueltas a esta noria: lo
que haya de suceder sucederá y ojalá se nos olvide pronto.
—El domingo pasado comentamos la muerte de Góngora, el 23 de
mayo de 1627. Góngora da mucho juego: por su carácter, por la vida que llevó,
por las peleas con Quevedo, porque una sobrina suya se casó con un almagreño, y
porque es el poeta más exquisito de todos los que ha dado nuestra lengua. Le
dedica usted unos cuantos párrafos resumiendo lo que dijimos, y luego copia algún poema —uno de sus formidables sonetos, por ejemplo—. Sale del paso tan ricamente y queda por culto y elitista.
A mí Góngora me gusta mucho; le tengo más simpatías que a
Quevedo o a Lope, esos españoles tan españoles que fueron desperdiciando el
talento en tonterías malintencionadas, pero ya no recuerdo bien lo que dijo don
Juan cuando el aniversario de la muerte; no lo apunté: solo me acuerdo de que
vino a cuento porque, mientras ordenaba la biblioteca, le salió al paso Góngora y el Polifemo y nos habló mil
maravillas de Dámaso Alonso, del libro y del propio Góngora.
—Pues, si la poesía no le estorba, cuénteles algo de Deucalión
a nuestros amigos.
Tardo en darme cuenta de lo que quiere decir.
—¿Deucalión…? ¿Quién es Deucalión?
—Deucalión es el Noé de los griegos. Hijo de Prometeo,
construyó también un arca, metió en ella lo preciso para una larga travesía, se
embarcó con su mujer y, cuando acabó el diluvio y en la tierra no quedaban nadie, la repobló arrojando piedras por encima del hombro: las piedras que
tiraba Deucalión se convertían en hombres; las que tiraba su esposa, en
mujeres.
—Nunca se me ocurrirá tirar una piedra por encima del
hombro, no vaya a ser que me convierta en padre de alguien por este
procedimiento tan inusual.
Oigo la risita de don Juan en el teléfono. Le imagino cara de
complacencia.
—La receta le vino del oráculo de Delfos; ya nadie cree en los
oráculos; de modo que el único riesgo que se corre tirando piedras hacia atrás
es el de apedrear a alguien. Pero yo no quería hablar del mito griego, sino de
la revista.
Caigo de burro. Hace unas semanas don Juan nos comentó
que, además de la colección original heredada del suegro, tenía una edición facsímil de Deucalión que la Diputación de Ciudad
Real había tirado hace treinta años justos, en junio de 1986, cuando Martín del Burgo era
presidente, que si la quería alguien. Nadie del corro había oído nunca nada de
la tal revista. Don Juan, pacientemente, nos puso al día: en 1951, el
presidente del Diputación, Evaristo Martín Freyre, “un hombre de talante
abierto y liberal”, le encargó a Ángel Crespo que dirigiese una revista de
poesía a cuenta de los dineros de la Diputación. Aceptó Crespo y salieron once números, entre marzo del 51 y septiembre del 53. La revista es más que digna.
—Pocas veces ha subido tanto la provincia de ustedes en
estas materias —concluyó don Juan.
Me quedé con ella. Esta tarde he estado hojeándola: es muy buena, en efecto; y el número 0, que preparó el propio Crespo en 1986, estupendo. Naturalmente, la edición resulta hoy inencontrable: ¿No podría la BAM
reeditarla en lugar de gastar el dinero en bobadas como De tu tierra?
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