domingo, 14 de julio de 2019

Miguel de Molina y la Reina

Suponía yo que íbamos a hablar de las exposiciones que, por el Festival, hay en diversos sitios. El fin de semana pasado y ayer mañana las visitamos; la de Miguel de Molina me gustó mucho: el montaje, aunque profuso, es bello y eficaz; los materiales, curiosos y bien escogidos; las explicaciones, suficientes y atinadas; y algunas partes —la galería de retratos tapizando una pared entera, acaso inspirada en las que perduran todavía en numerosos bares y tabernas castizos—, evocadora de un tiempo —amarillo ya— que no acaba de fenecer. Lo que no supuse es que la plática se iba a despeñar adonde se ha despeñado.
—¿Qué tiene que ver Miguel de Molina con el teatro clásico? —pregunta un quisquilloso.
—No lo sé: pregúntaselo a don Juan. Imagino que el Museo Nacional del Teatro aprovecha para sacar fondos a la luz, llegar a un público amplio y menos entendido, y así, de paso, darse a conocer.
—Nunca sobra reivindicar ciertas cosas y abominar de otras —suma el rojo.
—¿Reivindicar? ¿Abominar?
—Claro. En Miguel de Molina —cantante de copla, rojo, homosexual, perseguido, exiliado en la Argentina, olvidado— cabe reivindicar la copla como género eminentemente popular que se hizo un hueco entre lo culto: igual que el teatro clásico; la homosexualidad, en una edición en que el Festival se proclama feminista, para recordar que hay más géneros… Y abominar de la época oscura —esa que evoca la galería de retratos, a la que solo le falta el olor a fritanga— en donde se persigue a los homosexuales y a todo el que no cuadra en la normalidad, y los encarcelan, los echan de España, los matan.
—¿Por qué hablas en presente? —pregunta susceptible el conservador.
—Es presente histórico —se entromete un culto.
—Ojalá. Desgraciadamente, en España es presente habitual; Dios quiera que no sea futuro próximo.
—Aquí todo prestigio y fama conducen a Diego de Almagro —observa el cínico.
—¿De qué hablas?
—¿Habéis visto el paseo de la fama? Supervisándolo desde la majestad ecuestre está don Diego de Almagro. A sus pies, los diecinueve ganadores del premio Corral de Comedias son apenas lacayos o aprendices de la fama y prestigio verdaderos: los que se sustentan en la espada.
—Se trata de un inocente photocall para entretener a los turistas, hombre.
—Pero lo han puesto, precisamente, en los jardines del caballo —los niños siempre dan en la diana—, no orientado hacia un bar, ni siquiera a una iglesia: será por algo, que a esta gente tan lista no se le escapa nada.
—No desvaríes, anda.
El rojo vuelve con bríos:
—¿Desvariar? No desvaría en absoluto. Un franquismo áspero, montaraz, terco y envalentonado ha alcanzado las instituciones con todo el desparpajo del mundo; les impone chulescamente el programa a las derechas convencionales; estas se achican; retrocedemos a los toros, a la sexualidad ortodoxa, al índice de libros prohibidos, a los nombres recios, a las mayúsculas. A la Edad Media, al Imperio; o sea, a la España eterna.
Don Juan, que ha oído la conversación en silencio, matiza ahora:
—A la Castilla eterna, querrá decir.
—Castilla hizo a España —se encrespa el conservador.
—Eso creen muchos patriotas españoles a quienes les estorba cualquier ingrediente exótico de un guiso en realidad rico y variado. Creyéndolo así, pudieran estar echándolo a perder.
—Otros pecan del mismo pecado —justifica un ecuánime.
—Obviamente: luego convendría pensárselo un poco mientras quede tiempo.
Aburrido de unas peroratas que parecen no tener fin, alguien intenta cambiar de tema:
—¿Vio usted a la reina, don Juan?
—No me invitaron.
—Pero estará al tanto.
—Me parece bien que venga la reina y que lo haga para favorecer políticas de inclusión.
—Los almagreños la recibieron enfervorizados.
—A mí, accidentalista convencido, casi me ocurrió como a Horcajada: tan extremado fervor, si no vergüenza, me provocó perplejidad. Hubiera preferido un recibimiento menos entusiasta, templado: quizá en esto también hayamos regresado a la Edad Media.
—De las autoridades ¿qué nos dice?
—Voy de asombro en asombro. ¿A qué se debió la ausencia de los concejales de Ciudadanos?: ¿despiste o confesión republicana? Menos mal que Fernández Bravo, el diputado de esta provincia que los representa en el Congreso, anduvo al quite: nos ha explicado detalladamente que la reina le rindió homenaje.
—Una curiosidad, don Juan: ¿dijo Cervantes que el camino es mejor que la posada?
—Pudo decirlo.
—Pregunto si lo escribió.
—Tal vez lo escribiera. Hoy nadie se atrevería a asegurarlo: nadie lo ha visto en ningún libro o documento suyo.
—¿Nadie? El alcalde le atribuyó el dicho resueltamente.
—Gozará de información privilegiada.
—Y el público lo aceptó sin extrañeza.
—Nuevo regreso a la Edad Media: cuanto afirma internet es verdad revelada. Y de libre disposición.

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