domingo, 7 de julio de 2019

Discursos inaugurales

Don Juan se hace el remolón últimamente. Habla poco y desganado: ¡con lo que él era! Esta tarde, no por darse importancia, le ha costado llegar adonde todos queríamos. Luego, menos mal, se ha embalado.
—¿Acudió usted a la inauguración del Festival? Estamos en ascuas.
—Acudí. Pasé calor.
—Se queja del calor, pero va todos los años.
—Voy porque me invitan: no está bien cometer desaires; porque el acto me gusta, incluso en lo que tiene de cotilleo; y esta vez por oír al ministro de Cultura, que el año pasado, estrenando cargo, leyó el discurso con bastantes ínfulas y muy despectivamente para quien se lo había escrito: anhelaba comprobar cómo se maneja este hombre.
—El ministro no habló.
—Nos quedamos con las ganas, sí, acaso para siempre.
—¿Para siempre?
—¿Quién sabe si él será ministro el año próximo o si nosotros estaremos aquí para verlo?
Alguien ahuyenta los malos presagios.
—Estaremos, don Juan, si Dios quiere. Y ministro habrá, no le quepa duda. O vicepresidenta.
—La vicepresidenta estuvo muy bien.
—Cuéntenos el acto, entonces.
—¿Por dónde empiezo?
—Por las novedades. ¿Las hubo?
—Una nada más: en el escenario solo permanecieron todo el rato Ana Ozores —la premiada—, Elvira lindo, que hizo la laudatio, y el director del Festival, maestro de ceremonias; los demás intervinientes fueron subiendo y bajando.
—¿Aprueba la innovación?
—Por un lado sí: los escenarios superpoblados distraen; por otro no: escrutamos mejor a los que estaban y pudimos comprobar, en ocasiones, el aburrimiento de alguna.
—Ahora, los cotilleos.
—Que la inauguración del Festival es una cosa importante se demuestra en que vienen muchos que pretenden serlo. Vimos al presidente regional del PP arropar a las menguadas huestes almagreñas; vimos a Lola Merino junto a una columna del fondo esperando saludar a alguien o que alguien la saludara; vimos a la alcaldesa de Ciudad Real junto a las máximas autoridades: como si ser la alcaldesa del principal pueblo de la provincia equivaliera a ser la alcaldesa de la provincia al completo; vimos que el alcalde de Valdepeñas presentó en sociedad a su segunda: ¿la hija bien amada en quien ha puesto sus complacencias?; vimos a Rosana Torres, unánimemente respetada; vimos a algunos políticos amortizados; vimos a la intelectualidad local…
—¿No faltó nadie?
—García Page. El presidente regional vino en 2015; no ha vuelto: tendrá cosas que hacer.
—¿Los discursos?
—De circunstancias, como es natural. Hubo cuatro buenos y dos manifiestamente mejorables.
—¿Por qué dice de circunstancias?
—Porque es verdad. Discursos de circunstancias son los que uno pronuncia cuando no hay más remedio; en un contexto que se escapa de su control y está plagado de convenciones; para un público hecho a oírlos y que, en consecuencia, conoce lo que aguarda y dispone de vara de medir… Por acabar pronto: un engorro y una trampa insidiosa en la que es fácil deslizarse hacia el tópico o el ridículo y difícil alcanzar la brillantez.
—Hombre, en medio queda salir del paso con una faena de aliño que no se recuerde durante mucho tiempo, pero que tampoco se pueda criticar.
—Eso hacen los más curtidos. Curiosamente no son muchos quienes se resignan a ello. Así les va.
—¿Cómo les fue?
—Olvidemos al director del Festival; él, como maestro de ceremonias y organizador, goza de libertad para saltarse las convenciones: hizo un discurso notable, útil, bien dicho y con oportuna exhibición de citas literarias, que nunca estorban.
—¿La laudatio?
—Correcta y digna. Quizá echáramos de menos algunos rasgos característicos de la escritura de Elvira Lindo; pero hubo otros que sí apreciamos, más en los ademanes que en las palabras: la naturalidad, por ejemplo, visible en el gesto de mojarse el dedo en la lengua para pasar las páginas.
—¿Los políticos?
—El alcalde, estupendo. Perfecto, de no haber transformado en grave cierto apellido agudo, y muy prestigioso en el mundo del libro.
—¿El presidente de la Diputación?
—El presidente de la Diputación y el consejero de Cultura repitieron discursos que les llevamos oyendo cuatro o cinco años: gastados, de vuelo bajo, pueblerinos, burdamente propagandísticos y largos hasta cansar. Es verdad que han olvidado lo emblemático, pero incurren en las señas de identidad: ignoramos qué es peor.
—¿Conoce el remedio?
—Claro: contratar a un negro.
—Don Juan…
—De acreditada solvencia.
El amigo no insiste:
—¿La vicepresidenta del Gobierno?
—Dijo un discurso espléndido, muy bien estructurado, fluido, profundo, atento a los que se habían pronunciado antes… y sin leer. Recibió muchos y merecidísimos aplausos.
—¿Y la premiada?
—Igual que Elvira Lindo, Adriana Ozores también estuvo correcta y digna. Por otra parte, las dos iban vestidas del mismo color. No logré averiguar si por casualidad o aposta: recompenso a quien me saque de dudas.
—¿Le interesa la moda?
—Recuerde a Terencio: homo sum

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