domingo, 21 de julio de 2019

'Bello es el riesgo'

Los días del Festival el Marqués está lleno de exquisitos. Mientras dura la invasión, nosotros les cedemos el puesto y escapamos a la penumbra fresca de un bar de la ronda. Los clientes habituales, ajenos desde luego a las selectas pompas de la farándula, juegan al dominó con natural y ruidosa desenvoltura o miran en la tele las cuestas del Tour sin hacernos demasiado caso, aunque nos saludan al entrar con la cortesía indispensable y a don Juan, incluso, alguno con educada familiaridad. En cambio, el camarero, que por exigencias del oficio está atento a fidelizar nuevos parroquianos, sí nos sirve más ágil y quizás más esmerado que a los fijos: recibe en pago justas pullas, las cuales, como no tienen intención de ofender, a nadie ofenden.
Entre que nos acomodamos y ponen los cafés, pienso para mí que estos bares a estas horas son lo mejor de España; se me ocurre la idea de que, si Sánchez e Iglesias hubieran negociado en un bar de pueblo, rodeados de jugadores de dominó y sufridos espectadores del Tour, ya habrían cerrado el trato[1] y convidado al alboroque. Claro que ellos no pisarán sitios así.
La desatinada idea, que callo, me saca momentáneamente de la conversación. Al volver, don Juan muestra un librito cuya filiación —vamos aprendiendo— reconozco enseguida: de la colección Adonáis; me esfuerzo un poco: en la faja pone que ganó el premio de 2018; distingo el título: Bello es el riesgo[2]. Un amigo lo está refutando:
—Será para los jóvenes; a nosotros los riesgos nos estorban: ¿o está usted para aventuras?
—Quizá nos conviniera emprender esta: a muchos los consuela en la vejez.
—¿Aventurarse a los riesgos?
—Al riesgo de creer en el alma inmortal.
Palabras mayores: en la tertulia se hace el silencio; hasta parece que decae la algarabía del dominó.
—Sócrates en el Fedón. Está a punto de tomar la cicuta: porque cree en la inmortalidad del alma, se enfrenta a la muerte con absoluta tranquilidad.
—¿Usted también?
—Confío en tener la muerte más lejos —dice sarcástico—. No se trata ahora de hablar de estas cosas, sino del poemario. Entre Sócrates y Cristo, es decir, entre la filosofía y la fe, la autora traza un libro espléndido, formalmente impecable, denso, emocionante y a ratos irónico. Un libro, además, que lleva a otros a Platón —gran poeta—, a Jenofonte —¡El mar, el mar!: la adolescencia—; o a saberes olvidados: las Tenebræ, por ejemplo, o el Exsultet. Hasta incluye —obligado tributo a la modernidad— un poema de haikus. Y en otro —«Don y oficio»: escueta precisión— cuenta cómo se ha de escribir un poema.
—O sea, que le ha gustado.
—Me ha fortalecido en la fe de la poesía, que no es poco.
—En estos tiempos hay más poesía que nunca.
—La misma. Poesía ha habido siempre en abundancia; buena, poca; mala, a hinchar. Hoy la poesía mala es más visible: nos persigue a todas horas. Y los malos poetas nos acosan tenaces con recitales y libros deprimentes: dan ganas de huir. Gracias a Dios, no faltan poetas, libros y recitales que animan.
—¿Se refiere a Almagro Íntimo[3]?
—Podría.
—¿Estuvo usted? ¿Se coló[4]?
—Llegué a las ocho y diez; la cola no era larga; la seguí pacientemente; vi cómo crecía, cómo los organizadores se inquietaban; entré en mi turno; me puse detrás de unas maestras cuyos alumnos habían dibujado a Gala: exultaban.
—¿Cola en un acto poético?
—Era por el flamenco, no por los poetas convencionales.
—El año pasado trató usted duramente al recital; ¿qué opina de este?
—Ha mejorado. Entre otras cosas, gracias al flamenco: muy bien tocado, muy bien cantado y muy bien recitado: Luz de luna inundó el auditorio de genuina poesía, y El Piyayo, a mí, me devolvió a la infancia: un respeto imponente merecen el que cantó —Raimundo Espinosa—, el guitarrista —Joaquín Ángel Aranda— y Valeriano Gascón, el recitador.
—¿Poetas y poemas?
—De distinta calidad. Buenos los poemas de Galanes; dignos los del resto. Lástima que dos flaquearan: uno, ampuloso panfleto, no hubiera estado mal rapeado, recitado dejó visible la futilidad literaria; el otro, los otros, premiados y todo, los podría haber escrito y cantado Pimpinela. Y sigo pensando que a los poetas se les debería evitar el paso bajo las horcas caudinas de leer en voz alta a los clásicos: por momentos sospeché que —algunos/as— leían mal porque no se enteraban de lo leído.
—¿El homenaje a Gala?
—Saben lo que opino de Gala.
—Entonces, ¿no le convence Almagro Íntimo?
—Habría que aligerarlo y pulirlo.
—O sea: arriesgar —sugiere un amigo.
—Bello es el riesgo.

[1] Hace tres meses que se celebraron las elecciones generales. Todo el mundo dio por hecho entonces que habría gobierno de izquierdas. Sin embargo, todavía no hay pacto. Y mañana comienza el debate de investidura…

[2] Marcela Duque. Bello es el riesgo. Ediciones Rialp. Madrid. 2019. Diez euros.

[3] La tercera edición de Almagro Íntimo se celebró el lunes pasado (15/07/19) en el patio —ellos dicen claustro: a saber por qué— del Museo Nacional del Teatro. El «homenaje» estuvo dedicado a sor Juana Inés de la Cruz y a Antonio Gala. Los poetas intervinientes fueron Juan José Alcolea, Pilar Astray, Alberto Ávila, Ester Bueno, Miguel Galanes, Rafa Psico, Pilar Serrano y Nieves Fernández.

[4] La afluencia sorprendió a los organizadores. Como superaba el aforo, hubo gente que se quedó afuera; sin embargo, parece que a ciertos enchufados les dejaron entrar.

1 comentario:

  1. ����Bla, bla, bla Disfrutamos con el acto poético y musical

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