domingo, 13 de enero de 2019

El orden establecido

Alguien mienta el orden establecido. El dicho, quizá pasado de moda, cae en la tertulia como bomba de racimo: la conversación se dispersa, se embarulla, se agria, se acalora. Don Juan procura restablecer el orden:
—Acaso desde el franquismo, acaso desde mucho antes, el orden establecido padece entre nosotros mala reputación. Incluso todavía hay quienes, para ponderar los méritos de un individuo, dicen que luchó contra el orden establecido. Obviamente, se trata de una simplificación perezosa cuya pertinencia habría que justificar caso por caso.
—Explíquenos.
—Casi por definición el orden establecido nunca satisface completamente a nadie: está tan cerca que le notamos los rotos y los descosidos, a unos les viene ancho y a otros les aprieta la sisa. Pero el malestar en lo cotidiano no debería conducirnos a pecar de imprudentes: antes de luchar contra el orden establecido con el objetivo de liquidarlo, habría que pensar si es legítimo o ilegítimo, justo o injusto, si sus taras tienen arreglo y, sobre todo, ponerse a considerar bien despacio cómo es el orden que se pretende establecer, el cual inevitablemente se convertiría de inmediato en orden establecido… y ¿vuelta a empezar? A los que peinamos canas la revolución permanente nos seduce poco.
—Qué trabalenguas incomprensible. ¿Adónde quiere ir?
—A la España de hoy. Resulta evidente que la democracia española ofrece claros síntomas de deterioro desde hace varios años. No nos pararemos a analizarlos: algunos se igualan a los que sufren otras democracias de nuestro entorno y otros son genuinamente carpetovetónicos.
—¿Carpetovetónicos?
—No me hagan caso. He leído esta semana una novela de cierto joven almagreño estudiante de periodismo, que lleva la palabra en el título. ¿Quién sabe en nuestros días lo que significa? ¿Estará resucitando? Aún me dura la extrañeza: habrá que dedicarles un rato a la novela —interesante—, al prólogo y al título —deleznables—.
—Recuperemos el hilo, don Juan.
—Como la democracia española renquea no son pocos los que quieren derribarla. Todos ellos se asemejan en dos cosas: en ofrecernos el paraíso y en utilizar técnicas de charlatán de feria para que se lo compremos.
—Identifique a los demoledores.
—Tres básicamente: los populistas de izquierda, los populistas de derecha y los independentistas catalanes. De estos últimos y de sus delirios hemos hablado aquí y tendremos ocasión de hablar más veces. De los primeros también hemos hablado; es un gusto comprobar cómo su furor mengua, cómo se van domesticando y cómo aterrizan veloces en la inocuidad y en la vana palabrería, pero es una enorme decepción ver cómo han frustrado las esperanzas renovadoras que muchos pusieron en ellos y cómo, si traían alguna levadura de cambio razonable, la han echado a perder: culpa solo suya, perjuicio colectivo.
—¿Y los populistas de derecha?
—Han copiado estupendamente las técnicas y métodos de charlatanería que usaron los populistas de izquierda —no hay sino fijarse en las redes—; han cambiado el ilusorio paraíso milenarista del futuro por otro paraíso glorioso —e igualmente ilusorio— ubicado en un tiempo impreciso del pasado, y han apelado muy eficazmente al antielitismo zafio que perdura en un número considerable de españoles: parece que les va dando buenos réditos.
—Tendrán ideología…
—En lo económico, ultraliberalismo; en lo demás, franquismo hediondo. Los pobres que los voten harán un pan como unas hostias.
—¿Es que los españoles somos bobos? ¿Nos puede engatusar cualquiera?
—Somos del mismo barro que el resto: capaces de agarrarnos a un clavo ardiendo si en el clavo se cifra la redención: todavía pica gente en el timo de la estampita, todavía se venden crecepelos, todavía hay quien confía en los horóscopos, la homeopatía, el reiki o espiritualidades varias… Cuando el anzuelo es suculento, morder el anzuelo es lo más natural.
—Pero el anzuelo no es suculento: es tramposo.
—Qué más da: brilla suculento, aunque sea letal. Mire el asunto de la Semana Santa: ¿alguien piensa que la Semana Santa está en peligro? ¿No se dan cuenta de que hay miles de hosteleros y millones de cofrades entusiastas defendiéndola cómo si les fuera en ello la vida, a saber por qué?
—Algún motivo les han dado los ateos fervientes, que dice usted.
—Efectivamente. Unos y otros se complementan de maravilla.
—¿Peligra la religión?
—Nadie habla de religión, menos aún de fe, ni siquiera de iglesia. Hablan de tradiciones, es decir, de esas cosas que la gente hace al tuntún, porque se han hecho siempre, sin pensar.
—Siempre las mujeres han estado sujetas al varón, siempre se ha educado a los niños con mano firme, siempre se ha fumado en los bares, siempre ha habido pobres y ricos, siempre se ha desconfiado de la inteligencia, siempre se han despreciado las novedades, siempre hemos sido cerriles…
—Eso es: la España eterna.
Pienso entre mí que prefiero el orden establecido.

(David Fermín Aparicio Díaz. El carpetovetónico cavilador Pascual Ungría. Círculo Rojo. Diez euros)

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