domingo, 9 de diciembre de 2018

¿Chorro de voz o 'flatus vocis'?

El rojo viene enfadado: no ha digerido aún el resultado de las elecciones en Andalucía.
—¿Te vas a manifestar tú también contra los resultados? —pregunta sarcástico el conservador.
—Los resultados son un dato tan cierto e irreversible como el solsticio de invierno o el cerro de la Yezosa. Manifestarse contra ellos es una estupidez considerable; procurar que no se repitan o prevenirse contra las consecuencias es, en cambio, sensato. Por lo demás, yo solo me manifiesto aquí, ante vosotros, de palabra. Con don Juan he aprendido lo inútil del proselitismo y lo agotador de la predicación.
—Inútil no —matiza don Juan—; agotador, quizá tampoco. Mire a san Pablo, a Mahoma, a Buda, incluso a Santiago Abascal. Inasequibles al desaliento, ellos han hecho proselitismo tenazmente: su esfuerzo ha logrado recompensa. Otra cosa es que nosotros no tengamos vocación.
—Así va el mundo —deja caer el escéptico.
—Así va, en efecto; e irá peor —profetiza el rojo.
—¿Cuándo?
—En cuanto Vox entre en el gobierno.
—Valls lo impedirá. ¿Cómo va a permitir Ciudadanos que la extrema derecha se le siente al lado? ¿Cómo va aceptar siquiera sus votos?
—Valls viene de Francia, una tierra feraz en derechistas extremos —los hubo siempre: Pétain no estaba solo—, pero en la que los demócratas se reconocen mejor mutuamente e identifican bien a los enemigos de la democracia.
—¿En España no?
—En España la división es, sobre todo, entre izquierda y derecha. En épocas turbulentas, principalmente, esa es la raya que importa. Conque, para derribar a la izquierda, Ciudadanos y el Partido Popular absolverán sin remordimiento a Vox de sus veleidades autoritarias.
—La izquierda hace lo mismo cuando le conviene.
—Y no es para estar orgullosos.
—Tal vez piensen de los extremistas lo que muchos padres piensan de los hijos díscolos: que dándoles todos los caprichos se tornarán dóciles y reinará en la casa por siempre la paz.
—Se equivocan, claro.
—Claro; suele ser al revés.
—¿Qué hacemos entonces con Vox?
—Volverlo a su condición de diccionario —musita el cínico.
Don Juan, que oye lo que quiere, le sonríe:
—Los diccionarios, sabios y silenciosos, merecen respeto. Pero la figura es aprovechable: ¿de chorro de voz a flatus vocis? Sería estupendo, aunque ignoremos cómo se hace. Por lo pronto, a los dirigentes habría que negarles el pan y la sal: recluirlos en el lazareto de los apestados.
—Y ¿con los votantes?
—Ese es otro cantar.
Interviene el optimista:
—Los votantes no tienen la culpa. Ellos, pobres y mal informados, han dado rienda suelta a las frustraciones y se han rendido a los cantos de sirena de quien les promete remediar sus males de inmediato y por las bravas. Será fácil traerlos al buen camino.
Desconocemos si es ironía; el rojo reacciona airado:
—Encima de pobres y mal informados, también son fachas.
—Dice Errejón que no hay cuatrocientos mil fachas en Andalucía.
—Errejón es un ingenuo como tú.
—¿Qué opina, don Juan?
—Que habrá de todo un poco. No cabe descartar, desde luego, el hartazgo de tantos años de socialismo nominal, la competencia entre pobres —los de aquí y los recién venidos— por las migajas del banquete de los ricos —los de siempre y los nuevos: a los de El Ejido se les nota todavía el pelo de la dehesa—; el resurgir del nacionalismo español frente al independentismo catalán, del machismo frente al feminismo, del franquismo latente frente a la exhumación de Franco… Ahora bien, tampoco cabe olvidar que había en España muchos fachas a quienes el Partido Popular creía tener sujetos. ¿Por qué se han asilvestrado? Los sociólogos sabrán.
—Es usted blando, don Juan —protesta el rojo—. Los votos de Vox son votos indeseables para individuos indeseables de individuos indeseables. Tan indeseables que se avergüenzan de serlo: solo en los bares, pasados de copas, vociferan las barbaridades sin sonrojo.
—Y en internet.
El rojo briza la tulipa de Macallan:
—En internet abundan los bares de hombres solos, turbios y bestiales, cargados de humo y alcohol barato, donde rebuznar entre amigos.
Don Juan previene:
—¿No hablaba de los datos? Téngalos en cuenta. Porque ¿no querrá usted privar del derecho al voto a los votantes de Vox?
—El derecho al voto es sagrado, don Juan. Ciertos votos —hasta ciertos votantes— pueden parecernos nauseabundos; habrá que soportarlos, no obstante. Pero sin achicarnos: intus timoris, sí; foris pugnæ.
—¿Dijo eso san Pablo?
—Aproximadamente.
No entro en latines; pienso entre mí —acaso quiera engañarme— que será un sarampión: que los indignados de 2018 están en la extrema derecha como los indignados de 2011 estaban en la extrema izquierda; estos se han domesticado y van veloces a la irrelevancia; a aquellos —¿padres o hermanos menores?— les pasará lo mismo más temprano que tarde. La democracia española es firme y consistente. Ojalá.

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