domingo, 11 de noviembre de 2018

Las Calatravas

Esta mañana nos hemos acercado al convento de los dominicos.
—Todavía hay almagreños que lo llaman las Calatravas. No andan descaminados.
—¿Por qué?
—Porque monasterio de calatravas fue durante dos siglos y medio.
De la construcción, más que lo bello —que conocemos: don Juan no se cansa de alabarla—, conmueve lo vacío: se han ido los frailes, y hasta Dios mismo, aburrido de que nadie le haga caso, parece haber abandonado la iglesia. Un grupo de turistas deambula, fantasmal y disperso, por salas y galerías. Entran en el coro; oyen el eco susurrante de sus voces; sienten el frío de la ausencia; se marchan cabizbajos. Nosotros también salimos sobrecogidos; menos mal que es la hora del vermú: vinos y martinis espantan la tristeza, nos devuelven al presente inmediato y carnal, y a sus exigencias:
—¿Qué va a ser de esto, don Juan?
—No lo sé; nadie lo sabe.
—Hay quien propone que lo compre el ayuntamiento.
—Antes de pensar en la compra habría que formularse —y responder— dos preguntas: ¿para qué lo quiere el ayuntamiento?, ¿para qué lo quiere el obispado?
—Contéstelas.
—La preocupación máxima del ayuntamiento y de los almagreños ha de ser la restauración y conservación del edificio; no cabe conservación sin uso adecuado: ¿qué uso adecuado y realista le daría el ayuntamiento?, ¿con qué dinero lo compraría?, ¿con qué dinero lo mantendría?
—Y ¿el obispado?
—Las propiedades de la iglesia se justifican solo por tres motivos: el culto, el sustento digno de quienes la sirven, y determinados fines sociales como la evangelización, la caridad, la enseñanza, la cultura… Por eso, la propia iglesia se impone restricciones a la hora de comerciar con sus bienes. Sin embargo, en las Calatravas se ha suprimido el culto, se ha dejado a su suerte el monumento y se ha descartado cualquier utilidad social salvo la mera explotación turística. Es decir, el obispado, que no necesita el inmueble, aspira a convertirlo en dinero cuanto antes: quizá no sea un comportamiento muy ejemplar, sobre todo comparándolo con el que han adoptado los dominicos respecto a la huerta.
—¿Debería donarlo?
—Se le agradecería.
El rojo interviene:
—Olvida usted una cuestión previa y decisiva: cómo ha venido la finca a propiedad del obispado.
—Es cierto. Se trata de un asunto que nadie plantea y que acaso debiera plantearse. Pero nosotros somos legos en la materia: ignoramos las vicisitudes históricas y nos perdemos en los laberintos jurídicos. Historiadores y juristas sí podrían alumbrar.
—Algo sabremos…
—Muy poco. Que el monasterio se desamortizó en 1836: en la desamortización de Mendizábal; entonces era de los calatravos; la diócesis de Ciudad Real ni siquiera existía. Que no se consiguió vender en las subastas que hubo a continuación. Que, si bien el Concordato de 1851 devolvió a la iglesia las propiedades desamortizadas y no vendidas, el obispado de Ciudad Real —previsto en el Concordato, pero creado en 1875 y con obispo desde 1876— no lo reclamó. Tampoco lo reclamó, obviamente, cuando el Convenio-Ley de 1860 permitió a la iglesia reservarse los edificios destinados al culto, a residencia de los eclesiásticos y al uso y esparcimiento de los obispos. Que solo en 1902, apalabrada con los dominicos la ocupación, el obispo solicita al Ministerio de Hacienda que se lo entregue, aunque —Dios lo habrá perdonado, porque la intención era buena— echándole dos mentirijillas sin importancia: que lo restauraría —en realidad lo iban a restaurar los dominicos— y que lo usaría para su propio esparcimiento —que sepamos, ningún obispo de Ciudad Real se ha esparcido nunca por aquí—. Que el ministro accedió a la pretensión del obispo en febrero de 1903 considerando, entre otras cosas, que de pasar este edificio al poder del prelado no perdería su carácter histórico y artístico pues que no podría aquel —o sea, el obispo— proceder en ningún tiempo a su enajenación sin previa autorización del Gobierno. Y que, acto seguido, el obispo se apresuró a autorizar a los RR. PP. dominicos de la provincia Bética para que lo ocuparan indefinidamente.
—¿Entonces?
—Entonces queda claro que el obispado, históricamente, ha mostrado nulo interés por el monasterio, y el que muestra ahora es solo crematístico: de ahí que una vez evacuado por los dominicos se haya aprestado a venderlo.
—Me refería a la propiedad...
—¿La propiedad? Somos gente de orden; confiamos ciegamente en la iglesia, los notarios, los registradores. Ahora bien... hemos leído —sin formar opinión: no estamos capacitados— que la inmatriculación a nombre de los obispos de los predios desamortizados en 1836 y recuperados por la iglesia en virtud del Concordato de 1851 y del Convenio-Ley de 1860 presenta dificultades.
—¡Inmatriculación! Ya salió la palabreja.
—Los obispos la han puesto de moda. Para evitar suspicacias de los santotomases quisquillosos y malpensados, convendría despejar toda duda.


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