domingo, 4 de noviembre de 2018

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Estos días del otoño que ya huelen a invierno —fríos, lluviosos, insólitamente nivosos— son propicios para encerrarse en casa y emplear el tiempo en tareas prescindibles que uno llevaba meses postergando. Con frecuencia, tareas melancólicas cuyo efecto inmediato es revestirnos de tristeza: la conciencia punzante del tiempo que ha pasado —los días luminosos en que fuimos felices—, del tiempo que nos queda —breve y raudo como el atardecer—.
—¿Ha ido usted al cementerio, don Juan?
—Todos los años voy: sin tristeza ninguna.
—¿Ha hecho testamento?
—Lo tengo desde antes de enviudar.
—¿Entonces?
—He estado buscando el primer poema de Manolita Espinosa.
—¿Por qué?
—Mera curiosidad: este verano leí en algún sitio que se lo había publicado el Lanza en 1968.
—¿Lo ha encontrado?
—Sí: el 13 de junio. La versión del Lanza presenta ligeras variantes, que más parecen erratas o errores, respecto a la versión definitiva, bien conocida, de la que hemos hablado aquí dos o tres veces.
—Y ¿eso es tristeza, don Juan? ¡Eso es filología! —anima el rojo, que se da al Macallan sin remordimiento ni aprensión.
—En la misma página publicaban otro poema de Espinosa; no lo había visto nunca; me parece enigmático.
—Más filología.
—Y, de Angelita Rodero, uno muy bueno dedicado a Sagrario Torres. Las dos llevan muertas largo tiempo.
—Eran bastante más viejas que usted.
—Ya puesto, he ojeado todos los números del año.
—El Lanza del 68 no sería el colmo de la diversión: ¿quizás por eso la melancolía?
—Quizá. Y porque he recordado muchas cosas y me he enterado de otras que desconocía.
—Cuente.
—Limitándonos a Almagro, es decir, olvidando los acontecimientos mundiales que todos saben, se aprecia que algo empezaba a cambiar o, mejor, que cambios empezados unos años antes comenzaban a hacerse visibles.
—Ponga ejemplos.

—Solo algunos. De la feria en adelante: el 24 de agosto alguien escribe engoladamente una sarta de tópicos sobre las calles de Almagro… que a no pocos aún les parecerán bonitos; en la feria hubo toros con lleno a rebosar —Palomo Linares, Diego Puerta, Calatraveño—, pero el 30 y el 31 de agosto actuaron Los Goliardos en el Corral de Comedias. El 3 de noviembre, Utrera Molina —¿se acuerdan? El suegro de Gallardón— pronunció una conferencia en Sevilla sobre las provincias en las que había estado de gobernador; de esta de ustedes dijo abundantes y ampulosas tonterías sin sustancia… que a no pocos aún les parecerán bonitas. El 3 de diciembre el ministro de Información y Turismo —¿se acuerdan? Manuel Fraga; entonces era todavía Fraga Iribarne— impuso la medalla de bronce al mérito turístico al alcalde de Almagro. Unos días antes, el director general de Empresas y Actividades Turísticas había inaugurado la oficina de turismo. Dos o tres semanas después, el director general de Promoción Turística volvió a inaugurar —eran adictos— la oficina de turismo con ocasión de reunirse en Almagro el pleno de la Comunidad Turística de la Mancha; hubo asistencia profusa de autoridades, discursos altisonantes e inundación de agua bendita; el cronista no ahorra elogios: la oficina ha sido concebida, tanto en su arquitectura como en su decoración, respetando el más puro y típico estilo manchego. Todas las piezas de que consta están perfectamente armonizadas, con muebles, cuadros, detalles de la más bella artesanía y arte. Y el 22 de diciembre —¡plaga de inauguraciones!— se inauguró el Club Juventud; también hubo misas, un par de frailes —no durarían siglos—, autoridades, representación del Juman Club —consiliario a la cabeza—, teatro, música, conferencia… y «animado baile». ¿No es para ponerse melancólicos?

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