domingo, 16 de septiembre de 2018

'Asuntos internos'

Almagro está lejos de Tomelloso, pero Navaltizón no. El Día del Cristo fue don Juan a comer con el amigo bodeguero para hablar de la vendimia. De la comida se trajo el precio de la uva y el libro que pone encima de la mesa.
—De no ser por el bodeguero, ni me hubiera enterado: cosas de esta provincia de ustedes donde solo hay ojos para la Meca de Ciudad Real, que los ha de engullir si se descuidan.
—Mientras tanto —dice en conservador con ironía—, cuéntenos el libro.
—Los libros no se cuentan: se leen; si nos gustan, los comentamos y recomendamos.
—¿Nos recomienda este?
—Encarecidamente.
—¿De qué va?
—De putas.
Del corro se eleva un murmullo atónito. Don Juan se sacude las pulgas:
—Cuando hablamos de literatura el tema tiene una importancia menor: importa el manejo del tema.
—Pues explíquese, que estamos en ascuas.
—El libro es una novela breve compuesta por cuarenta y seis capítulos brevísimos, que, salvo en algún caso, cuentan historias independientes y cerradas. Lo que traba los capítulos y convierte las teselas en mosaico son el lugar, el tiempo, los personajes y el tono.
—Vamos por ellos —anima alguien.
—Empezando por el lugar, el territorio de la novela es fruto de la imaginación del autor; se le denomina el páramo, siempre con minúscula: no cabe, pues, pensar en un topónimo ni tampoco, probablemente, en un término perteneciente a la geografía física; más bien, a la geografía humana: un sitio inhóspito donde reina el desamparo. En el páramo hay numerosos pueblos cuyos nombres vamos conociendo a lo largo del relato, pero la capital es Regueros. En Regueros, además de establecimientos e instituciones de menor fuste, están el juzgado, el bar La Frontera, y el emporio o imperio —no habrá que precisar en qué consiste— de doña Olga.
—¿El tiempo?
—Aunque nebuloso, detalles indirectos nos remiten a los años de franquismo: desde los albores en la siniestra posguerra —representada muy bien por el torvo Conforte, el pobre Agrimensor o el contrabando de penicilina— hasta las granzas desarrollistas —la Bultaco Metralla, los amenes de Ringo Bonavena tras la pelea con Muhammad Ali—. Ahora bien, aparte de estos u otros mínimos jalones del tiempo externo, el tiempo interno de la novela es inmutable, estático: un engrudo de alcohol, tabaco, broncas, sexo de pago, desgracias y negocios turbios amenizado por la música densa de coplas —las únicas citas textuales corresponden a poemas, uno de ellos espléndido, de Rafael de León— y boleros, que gira constantemente sobre sí mismo y del que los personajes no pueden escapar si no es por la escotilla de la muerte, a menudo violenta.
—¿Quiénes son los personajes?
—Innumerables. Entran y salen del escenario como marionetas; ni cambian ni reflexionan ni tienen conciencia moral: depravados o beatíficos, son siempre inocentes, porque los mueve el sino atroz del páramo, un demonio contra el que fracasa todo exorcismo. La onomástica improbable de la mayoría contribuye a destacar su condición de autómatas. Sin embargo, dos de ellos, evanescentes, escépticos, quedan al margen: Nilo Gaona, secretario del juzgado, y el innominado narrador, que se ocupa de los asuntos internos del negocio de doña Olga, son la escasa luz redentora del páramo.
—¿El tono?
—El tono es un cóctel bien batido de La Lozana andaluzaEl ruedo ibérico y La familia de Pascual Duarte. Es decir, vocabulario rico, deslumbrante, crudo, elevado y vulgar, que ni descarta la jerga agropecuaria ni se arredra ante los tecnicismos sicalípticos, textiles, religiosos o forenses; oraciones que son sarcásticos trallazos o relámpagos de ternura; páginas demoradas como las tardes de verano o raudas como navajazos en la madrugada. De tales exquisitos ingredientes surge el prodigio de la literatura como gozoso artefacto verbal sin el cual lo demás carece de sustancia. Y surge también el retrato oblicuo, pero vivo y fiel, de un tiempo y un país rastreros y sombríos.
—¿Quién es el autor?
—Pablo Ramírez Perona. No sé de él sino lo que me contó el amigo bodeguero y lo que se deduce de la dedicatoria: que trabaja en un instituto de Tomelloso y que tiene mujer e hijas. Poco es; no necesitamos más: desde hoy que me cuente entre sus fieles.
—¿No le pone faltas?
—Casi ninguna. Acaso podría haber atenuado ciertas influencias en exceso evidentes, y corregido levísimos errores: doña —incluso si se refiere a la emperatriz doña Olga— se escribe con minúscula; salvo que se trate de la capital de Holanda, se dice el aya; y los vocativos deben ir entre comas. El resto impecable.
Vuelvo a casa con ganas de empezar el libro.

(Pablo Ramírez Perona. Asuntos internos. Ediciones Alféizar. Valencia. 2018. Quince euros)

No hay comentarios:

Publicar un comentario