domingo, 15 de julio de 2018

Almagro Íntimo

Don Juan mira al cielo. El cielo es un rectángulo azul enmarcado de sombra. Nos separa de él una malla menuda, bien visible, que lo cuadricula. Observo a don Juan: creo verle en los ojos una ligera mancha de melancolía o tedio. Quizá sienta que la red es frontera erizada de concertinas: deja pasar, libres y ágiles, la mirada y la imaginación; les permite volver cargadas de fantasías aéreas; sin embargo, nos tiene aquí sujetos a la silla en el fondo del pozo. Del contraste entre la imaginación que vuela y la silla que ata nace la melancolía; de saber que la condena durará largo rato nace el aburrimiento.
—¿Qué mira, don Juan?
—Los vencejos.
No había reparado. Al otro lado de la malla, vencejos infinitos vienen de la sombra, vuelven a la sombra: son raudas, incansables agujas que tejen con el vuelo otra red, más delicada, de atrapar sueños; acaso lápices que escriben en la página azul un poema refinado y hermético.
—Cazan mosquitos. Si hubiera silencio los oiríamos trisar.
Don Juan es perito en ducha escocesa: abate la elevación lírica con el manguerazo de la entomofagia, pero enseguida la recompone con el soplo infrecuente del verbo trisar.
—¿Qué es trisar?
—Lo que hacen las golondrinas y otras aves parecidas: chillar.
—Ya. Los vencejos, las golondrinas, los aviones trisan; las cigüeñas crotoran; los elefantes barritan; la gallina cacarea y la vaca muge; el público bosteza…
—No generalice: bostezará usted.
De vez en cuando las palomas garabatean un renglón prosaico y torpe que enmienda la sutileza de los vencejos.
—Y los que se salen, don Juan.
—Tendrán cosas que hacer.
—¿No se aburre usted?
—No me aburro nunca.
Una pareja de cernícalos primilla se cierne sobre nosotros, descifra el poema escrito en el cielo, abandona en lo alto un temblor de amenaza, tal vez una esperanza de salvación.
—¿Por qué mira tanto al cielo entonces?
Siempre la claridad viene del cielo; es un don: no se halla entre las cosas. Habría que ser estúpido desagradecido o niño malcriado para despreciar el don que el cielo ofrece esta tarde: la claridad limpia en donde los vencejos escriben un poema que no entendemos, pero en donde se encierran —no cabe dudarlo— el máximo conocimiento y la máxima dicha.
—Don Juan…
Beatus qui legit, escribió Dios.
—Hemos venido a oír, no a leer.
—Si lo que oímos es bello y verdadero nos ayuda a entender lo que estamos leyendo; si lo que oímos es palabrería huera mejor es concentrarse en la lectura.
Me esfuerzo en ser irónico:
—Dios en el Apocalipsis se explicaba mejor.
Una luz agria, tosca e industrial va inundando el patio del museo. Ante ella el cielo se apaga dulcemente como se cierra un libro al que hemos de volver; poco antes de apagarse nos concede el último regalo.
—¿Qué regalo?
—¿Ha oído usted el soneto de Nicolás del Hierro que ha leído el espontáneo[i]? Mucho mejor que casi todo lo demás.
Es cierto: les sobraba un poema y lo han ofrecido al público. Un anciano ha subido dificultosamente a la tarima; puesto frente al atril ha leído con magnífica voz un soneto estupendo; ya era bueno: ha conseguido mejorarlo y emocionar. Belleza regalada.
Salimos a la plaza; nos sentamos en la terraza del Marqués a beber vino.
—¿Qué le ha parecido[ii], don Juan?
—Mejorable. La idea —se la debemos a Nieves Fernández— es excelente: debe lograr continuidad. Tenemos el sitio —el patio del Museo del Teatro—, el día —11 de julio, cumpleaños de Góngora—, el público... Falta afinarla.
—¿Cómo?
—Por lo pronto, abreviando: tres rondas de once poetas cada una, más tres o cuatro interpretaciones musicales, más las explicaciones que cada poeta se cree obligado a dar, más el prólogo institucional... Convendría escoger menos y mejores poetas, redimirlos de la obligación de recitar a los clásicos —como ha demostrado el anciano espontáneo, hay quien sabe hacerlo mejor—, atinar en la música…
—De modo que no le ha gustado.
—Hubiera querido que me gustara más. Con excepciones —Caro, Dyso—, la primera parte ha parecido de función escolar; en la segunda ha habido poemas —Propósito, por ejemplo— muy buenos y otros mediocres tirando a malos; y en la tercera hemos vuelto a tropezar en la misma piedra en que tropezamos al principio.
—Es usted muy crítico; las redes sociales rebosan alabanzas.
Pueblo mío, los que te llaman bienaventurado esos son los que te engañan. Es decir, para que esto perdure y alcance el nivel que merece, hay que ser ambiciosos y críticos: el que cree haber llegado a la cima no sigue escalando.


[i] ¿Reconocieron los de la organización al espontáneo? Parece que no; sin embargo, es una eminencia, visita Almagro de vez en cuando y tiene aquí amistades y admiradores.

[ii] Almagro Íntimo fue un encuentro poético que se celebró en el patio —ellos decían claustro— del Museo Nacional del Teatro el 11 de julio. La actividad es idea de Nieves Fernández aunque está apadrinada por el Festival. Los poetas —de derecha a Izquierda, Francisco Caro, Natividad Cepeda, Antonio Daganzo, Iván Dyso, Juan José Guardia Polaíno, Fernando López Guisado, Cristóbal López de la Manzanara, Davina Pazos, María Pizarro y Nieves Fernández— leyeron un poema clásico, después uno de su cosecha, y en la «tercera fase» otro de Nicolás del Hierro, al que se rindió homenaje. La música fue del grupo folclórico Campos de Calatrava: Clavelitos y cosas así. Parece que la de este año es la segunda edición: la del año pasado celebraría en algún otro claustro íntimo de Almagro.

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