domingo, 17 de junio de 2018

Espartero

El conservador es pudoroso:
—Salvo por ciertas partes —al parecer, destacadas— de la anatomía de su montura, a Espartero no lo recuerda nadie.
—Ni al caballo tampoco: los viejos —me atrevo a opinar.
—En Madrid tiene una calle de las principales —informa el optimista.
—¿El caballo? —ironizo.
—El amo, hombre.
—Pocos serán los que identifiquen a Espartero con el Príncipe de Vergara —retruco.
Interviene don Juan:
—El callejero del barrio de Salamanca es un inventario de próceres que han envejecido muy mal en la memoria de la gente. ¿Cuántos saben quiénes fueron O'Donnell, Silvela, Diego de León, Serrano…?
—¡Nefasta consecuencia del intolerable abandono de las humanidades en el sistema educativo! —pontifica el culto.
—A Goya y Velázquez los conocemos, incluso a Ortega y Gasset —protesta uno.
—Quizá los personajes ilustres no lo fueran tanto. Artistas, científicos, políticos o libros contemporáneos que nos parecen hitos fundamentales de la historia humana acaso queden arrumbados en el trastero de lo irrelevante dentro de cuatro días. Y viceversa: es posible que tengamos delante de las narices algo o alguien indispensable y no lo veamos. Miren a Cervantes, sin ir más lejos.
—¿A qué viene la perorata? Creía yo que hoy hablaríamos de Huerta —se queja el despistado.
—Viene a que ayer hubo en Granátula un acto de homenaje a Espartero, y a que durante todo este año están celebrando los 225 de su nacimiento —le informo.
—¿Qué celebran?
—Te lo he dicho: los 225 años del nacimiento de Espartero.
El despistado sonríe:
—Pregunto qué celebran cuando celebran el nacimiento de Espartero.
Don Juan me echa un capote:
—Se celebran a sí mismos principalmente. Es decir, proyectan en Espartero lo que creen ser o aspiran a ser.
—¿Por qué no se explica mejor, don Juan?
—Espartero nació en Granátula, lo sabemos; estudió en Almagro, también lo sabemos; pero en cuanto vino la Francesada se marchó de aquí para no volver más. O sea, toda la vida adulta de Espartero transcurrió fuera de la comarca; no dejó en Granátula huella ninguna; no se acordó para nada de los paisanos…
—¿Entonces?
—Entonces habría que preguntarse por qué lo celebran a él, y no dedican ni un minuto a recordar a los que se quedaron aquí, levantaron casas, plantaron viñas, criaron hijos, penaron o gozaron y contribuyeron a que el pueblo siguiera adelante.
—Pregúnteselo y respóndanoslo.
—Espartero alcanzó elevadas cotas de notoriedad, riqueza, reconocimiento, poder. En personas que saliendo de la nada vuelan tan arriba es frecuente —y hasta comprensible— la negación y el alejamiento de sus orígenes: por muy encumbrado que llegara a estar, de haber vuelto a Granátula no habría pasado de ser el chico de Mengano y la Zutana. Sin embargo, siglo y medio después de la muerte los descendientes de aquellos de los que se desentendió le han perdonado el desapego: ahora es —piensan ellos— un árbol frondoso bajo cuya sombra se pueden cobijar y recibir una pizca de lustre y hasta de publicidad para atraer a turistas despistados.
—¿Y se equivocan?
—En cuanto a prestigio y propaganda, por supuesto: Espartero está amortizado. Sin embargo, las autoridades de hoy se pavonean a su costa, organizan fastos, montan desfiles…
—¿Desfiles?
—Ayer hubo un desfile militar.
—¿A qué cuento?
—Espartero bombardeó Barcelona desde el castillo de Montjuïc —dice el rojo paladeando un sorbo de Macallan.
Nos sorprende la salida. Él pregunta:
—¿No dice don Juan que las celebraciones sirven sobre todo como pretexto para celebrarnos a nosotros mismos, para sacar a la luz nuestras creencias y anhelos?
—¿Queremos que se bombardee Barcelona?
—Algunos, sí. Y, desde luego, tanto desfile militar, tanta profusión de banderas no andarán lejos de la preocupación por la patria en peligro, y de una determinada concepción del papel del ejército en la vida pública.
—No desvaríes, anda —pide con sorna el conservador—. Hubo desfile militar porque Espartero fue militar de la más alta graduación.
—Probablemente —apacigua don Juan—. Sin embargo, si las celebraciones fueran menos y las conmemoraciones más, los ciudadanos saldríamos ganando aunque las autoridades perdieran ocasiones de lucir palmito. En este asunto, por ejemplo, cabría estudiar la figura y personalidad de Espartero, la vinculación con Granátula, las hazañas de guerra y paz, la pervivencia de su prestigio, las innumerables y entusiastas adhesiones que concitó y que no decayeron tras su desafortunada actividad política, la sensatez en el tramo final de la vida… Pero cabría estudiar también un infausto modo de interferencia de lo militar en lo político: el llamado gobierno de los espadones. Espartero fue un espadón de los más conspicuos: el primero de todos. Y eso no es menester celebrarlo.

1 comentario:

  1. Príncipe de Vergara, antes General Mola (aún perduró el pasaje hasta ayer mismo). Total, que no salimos de los Espadones.

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