domingo, 20 de mayo de 2018

Gemma Arenas

Gemma Arenas es presencia frecuente en la conversación, especie de ruido de fondo que en algunas ocasiones se hace perfectamente audible y en otras se mantiene en sordina. Se hace audible cuando logra alguno de los grandes éxitos a los que nos va teniendo acostumbrados; se mantiene en sordina cuando acaba la temporada y pasa a ser una joven normal que hace vida normal sin que los humos se le suban a la cabeza. Don Juan, a quien los deportes le entusiasman poco, habla con frecuencia de Gemma Arenas, a la que admira sinceramente; esta tarde, viniendo a la tertulia, ha pasado por delante del ayuntamiento y ha visto las dos grandes fotos de homenaje por el campeonato del mundo de trail running, en el que ha quedado la cuarta y ha contribuido a que la selección de España quede la primera. Le ha gustado:
—Es bueno que una sociedad reconozca los méritos de quienes en ella destacan por algo. Veo que los almagreños lo han hecho con Arenas. Me alegro.
—Don Juan, si no sabe usted cuáles son sus méritos… —dice uno con retintín.
—Lleva usted razón —don Juan no se incomoda—: ignoro los detalles de las carreras de montaña, aunque el nombre sea bien transparente; desconozco quién organiza los campeonatos, cuántas atletas participan, de cuántos países… y no voy a hacer ningún esfuerzo por averiguarlo.
—¿Entonces?
—Entonces sé que lograr el cuarto puesto en un campeonato del mundo, sea de lo que sea, no es chica hazaña. Y que alcanzarlo le habrá supuesto largo tiempo de entrenamiento, con todos los sacrificios que comporta, y una férrea determinación capaz de superar contratiempos; le habrá supuesto también la renuncia a pequeños placeres y comodidades que nosotros disfrutamos sin darles importancia; habrá tenido que organizarse bien para conjugar las carreras con los requerimientos de la vida cotidiana… Con saber todo eso tengo bastante. Pero, si le añaden que es mujer y madre, la hazaña crece.
—A menudo habla usted mal del papel que el deporte tiene en esta sociedad: lo compara, peyorativamente, con una religión.
—Poco tiene que ver una cosa con otra. Yo creo que el deporte ocupa demasiado espacio y consume recursos y energías que cabría dedicar a otra cosa. Sin embargo, creo también firmemente en la libertad individual: que cada uno haga lo que quiera; es decir, que si uno quiere consumir el ocio en el gimnasio o leyendo el Marca, que lo consuma: no le hace mal a nadie, aunque a mí no se me ocurrirá nunca ir al gimnasio ni leer el Marca; tampoco se me ocurrirá meterme a mahometano o practicar la arteterapia, y nada tengo contra quienes lo son o la practican: allá cada cual.
—Pero si no le interesan los deportes…
—Pueden interesarme los deportistas. Y, más todavía, las deportistas como Gemma Arenas.
—¿Por qué?
—Las razones son muchas. En primer lugar, porque me satisfacen los éxitos del prójimo, siempre que sean de buena ley. Luego, no me importa repetirlo, porque el trabajo y el afán de superación, la disciplina de Arenas, quizá valgan de ejemplo a los jóvenes.
—¿Para que se hagan deportistas?
—No. Para que persigan su vocación y cultiven tenazmente, sabiendo que nada se obtiene gratis, los talentos que Dios les haya concedido; sabiendo también que acaso ni la tenacidad ni el talento los conduzcan al éxito, pero que sin ellos el fracaso estará asegurado.
—Podría escribir usted libros de autoayuda o hacerse predicador.
—Me he dedicado a la docencia: quedarán resabios —ironiza don Juan y vuelve al hilo—. Y hay otras dos cosas destacables: Gema Arenas es mujer. Hemos dicho aquí alguna vez que la igualdad completa entre hombres y mujeres estará conseguida el día en que las mujeres puedan hacer con naturalidad las cosas —malas y buenas— que los hombres hacen con naturalidad. El deporte es una: sesenta años atrás las mujeres que llevaban pantalones en Almagro eran una rareza; las que llevaban la falda algo más arriba de lo prudente un escándalo; y resultaba descabellado, impensable, que una mujer corriera en pantalón corto y camiseta sola por los cerros. Hoy Gemma Arenas y otras lo hacen con naturalidad; y hay muchachas que juegan al fútbol de maravilla: ¿no es para alegrarse? ¿No es también para considerar si encuentran ya —o no— las mismas facilidades que los hombres?
—Bueno, don Juan…
—Y otro asuntillo: Arenas practica un deporte modesto, elemental y digno que hunde sus raíces en la prehistoria, cuando éramos cazadores; nada de la sofisticación glamurosa de otros: también me gusta eso.
—Nos ha convencido, don Juan. Brindemos por Gema Arenas.
Y brindamos sin reticencias ningunas.

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