domingo, 18 de marzo de 2018

¿Justicia o venganza? ¿Civilización o barbarie?

Una de las parábolas que más le gustan a don Juan es la del fariseo y el publicano que cuenta el evangelio de san Lucas: Duo homines ascenderunt in templum
—Conmueve la actitud del publicano, pero a menudo somos fariseos —dice don Juan.
—O sea, que creemos ser buenos y, ya puestos, mejores que los demás.
—Exactamente.
—¿Y es verdad?
—A veces. Si todo el que se cree bueno hiciera siempre el bien, la tierra sería un paraíso.
—¿De qué hablamos? —pregunta el despistado.
—De que, lógicamente, damos por hecha la maldad de los malos, pero nos desconcierta e incomoda la maldad de los buenos.
El despistado pide clemencia:
—Don Juan…
—Un ejemplo: mucha gente buena está pidiendo a voces la muerte de Ana Julia Quezada —pronuncien [kesáda], por favor—.
—La muerte no; la prisión permanente revisable —matiza el conservador.
—El sintagma ‘prisión permanente’ es sinónimo estricto de ‘cadena perpetua’; el adjetivo ‘revisable’ parece un mero añadido cosmético, vergonzante quizá, para tranquilizar a los buenos cuya conciencia acaso se remueva ante la pena de muerte.
—¿Pena de muerte?
—Sí; ¿qué es más inhumano: condenar a uno a muerte o condenarlo a que se muera —a que se pudra, les gusta decir a los buenos— en la cárcel?
—No se trata de humanidad; se trata de justicia: el que comete un delito cruel que pague una pena cruel —insiste el conservador.
—Cuando éramos animales pasaba así; a medida que progresa, con retrocesos y parones, la humanización —la civilización: remplazo de naturaleza por cultura—, pasa cada vez menos, gracias a Dios. Al principio se estilaba la venganza espontánea, cruda y terrible, con el propósito de infligir no un daño proporcional, sino el mayor daño. Más tarde, las religiones y los poderes políticos regularon la venganza, la institucionalizaron convertida en ley del talión: el código de Hammurabi o el Antiguo Testamento son buenos ejemplos; dice el Deuteronomio: Non misereberis eius, sed animam pro anima, oculum pro oculo, dentem pro dente, manum pro manu, pedem pro pede exiges. Los hititas, más prácticos, sustituyen —casi— venganza por compensación. Hoy, al menos en ciertos países, la venganza está descartada; en lugar de ello se refuerza la compensación a la víctima, y se procura la redención, reeducación y reinserción del victimario.
—Rara vez se logra: hay delincuentes cuya reinserción es sumamente improbable. Además, la pena debe, para ser justa, incluir castigo; y, para ser eficaz, servir de ejemplo. Por otra parte, en ocasiones, el dolor de las víctimas, porque es tremendo, no admite otra compensación sino la venganza —insiste el conservador.
Muchos asienten con la cabeza; miran a don Juan con interrogante reproche.
—Tiene que haber castigo —responde don Juan pausadamente—, claro; el castigo debe cumplir funciones disuasorias, cierto —aunque, a la vista está que la función disuasoria de las penas es poca: de lo contrario, delitos y delincuentes habrían pasado a la historia—. No obstante, la civilización impone que el castigo venga modulado por la proporción y la compasión, y limitado por la propia dignidad humana que ni el delincuente más abyecto pierde jamás.
—¿La compasión, la dignidad? ¡Como si Quezada hubiera tenido compasión o dignidad! —salta un ofendido.
—Ella es mala; nosotros buenos: recuérdelo. Si los buenos obramos lo mismo que los malos…
—¡Se hace justicia! —continúa el ofendido cargado de razón.
—O se retrocede a la barbarie.
—¿Y las víctimas?
—Hemos hablado aquí de las víctimas: un asunto peliagudo. Sabemos que el dolor de las víctimas de crímenes atroces es tan atroz que se hace inefable: no se puede entender ni comunicar. En consecuencia, de algún modo, las víctimas se tornan sobrehumanas, sagradas: a nadie, diga lo que diga, le es dado ponerse en su lugar. De modo que, en realidad, compensarlas es, como decía usted, imposible; y tratar de compensarlas con la venganza, aparte de imposible, bárbaro e inmoral. Ahora bien: les debemos respeto, consuelo, honor, acompañamiento en el duelo, dinero, lo que precisen.
—Y conviene aprovechar su experiencia.
—En absoluto. La experiencia de las víctimas, por extraordinaria e incomunicable, no sirve para nada: como su dolor es inmenso y las sitúa al margen de las experiencias comunes, seguir los consejos que pudieran darnos sería absurdo, inútil y probablemente pernicioso.
—Pues bien que las llevaron al Congreso el otro día, y hoy a Huelva —mete malilla el rojo.
—Hicieron mal quienes las llevaron e hicieron mal ellas por dejarse llevar. A las víctimas podemos perdonárselo todo: desde la ofuscación al deseo de venganza; quienes las pastorean, en cambio, merecen el reproche de que, siendo buenos, pretendan alentar la maldad atávica, biológica, del ciudadano corriente en beneficio propio. Espero que fracasen: significará que los españoles son mejores que ellos.
—¿Y el referéndum?
—La civilización no se somete a referéndum.

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