domingo, 17 de septiembre de 2017

Xenofobia y (micro)fascismo

Aunque está de vendimia —la cuadrilla de rumanos a pleno rendimiento—, don Juan se ha venido esta mañana para atender aquí alguna obligación familiar cuya naturaleza exacta me es desconocida. No será muy grave; llega a la tertulia el primero y de buen humor: la vendimia es la cosecha más alegre del año, tal vez porque anticipa las alegrías innumerables del vino, uno de los mejores inventos de la historia humana.
Sin embargo, la conversación, una vez pasados los saludos y bromas iniciales, no es alegre: cae enseguida en el cenagal de Cataluña y, sin salir apenas, se atasca en el pantano de la frustrada moción de censura con su carga de reacciones desabridas e intemperantes. Don Juan observa y calla; cuando la conversación languidece en pesimismos, alguien pretende resumirla estoicamente:
—El ser humano es animal gregario.
Don Juan corrobora, pero matiza:
—Sí: tendemos a agruparnos en rebaños; seguimos ciega y obedientemente al pastor. Siempre —eso sí— que el pastor no descuide sus obligaciones.
—¿Qué quiere decir?
—Lo que sabe todo el mundo: que para mantener al rebaño unido y en orden hay que alabarle sus buenas cualidades y despreciar las malas de los demás rebaños, que siempre nos envidian y desean la ruina.
—Y entonces las ovejas, mansas y obedientes al pastor, se tornan lobos —apostilla alguien.
—El filósofo dijo que somos lobos ya de nacimiento —retruca el culto.
—Lo natural —continúa don Juan— es, desde luego, formar grupos cohesionados hacia adentro y hostiles hacia afuera: en eso nos parecemos a otras especies animales; nos diferenciamos de ellas en que los grupos humanos pueden estar constituidos por millones de individuos, todos a una dispuestos a matar y morir por el grupo y el pastor. Con poco que a los pastores se les vaya la mano…
—¿Cómo se les puede ir la mano?
—Aprovechándose de la naturaleza humana: el Partido Popular ha ganado elecciones excitando el anticatalanismo de los patriotas españoles; el PdeCat o encabeza la independencia o se extingue. En cambio, lo civilizado —es decir, lo contrario de lo natural— es la razón, la templanza, la paz, la concordia, la convicción de que todos los seres humanos son iguales: un camino angosto, áspero, sembrado de abrojos, que a las ovejas les cuesta transitar y por donde los pastores, perezosos o interesados, no quieren llevarlas.
—La mayoría de los ciudadanos sí va por ahí, don Juan —afirma el optimista.
—A veces, pero en cuanto nos descuidamos… En Almagro hay, lo saben, una asociación de mujeres que se llama Rita Lambert. Rita Lambert —otro día hablaremos de ella— es un mito que concita, más o menos difusamente, ciertas ideas de emancipación y empoderamiento femeninos y, por tanto, de igualdad, libertad, justicia, progreso, etcétera. Es decir, desde afuera y sin ánimo de ofender a nadie, da la impresión de que el Colectivo Rita Lambert no es una asociación de amas de casa de las que apacienta Quintanilla.
—¿Adónde va, don Juan?
—El colectivo tiene —faltaría más— grupo de whatsapp; mi hija pertenece al colectivo; mientras comíamos me ha enseñado una conversación del miércoles pasado: alguien renvía un larguísimo texto, mal redactado, explicando cómo los moros saquean nuestro sistema de protección social mientras los pobres españoles sucumben a la indigencia: ¡Hasta la mora de cincuenta años que no sabe leer ni escribir, ni español ni nada de nada vive como una sultana a nuestra costa!
—Una caricatura, don Juan…
—Claro; y el texto, mercancía averiada. Pero solo hay dos personas que respondan, muy bien ambas.
—¿Piensa que las demás son xenófobas? Mi mujer está en el grupo: puedo asegurarle que no lo es.
—Mi hija tampoco —responde don Juan— y, porque no le entren moscas manchadas de pringue, ha mantenido la boca cerrada. Yo sé que los españoles en general son inmunes a los reclamos de la xenofobia; hasta ahora, al menos. Pero también Cataluña constituía una isla de seny en este país de cabreros
—¡Nada que ver! —se ofende uno.
—Quién sabe: los microfascismosmicro porque aún son chicos: ojalá no lleguen a grandes— abundan; anidan en personas que quizá no sean conscientes de ellos. Y a las patrias las carga el diablo. Yo tenía en el corazón una libélula como otros tienen una patria, dice el poeta. Quizá tener la patria en el corazón no esté mal del todo; tenerla en vísceras menos nobles es nefasto: la patria, en la cabeza si es posible. Si no, en el bolsillo.
Y nos deja rumiando el enigma. 
  

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