El pueblo de mi mujer está lejos, las carreteras son
malas: hemos llegado a Almagro después de las dos. Entre que descargas,
ordenas, comes, recoges, te sacudes la astenia que empuja a pasar la tarde
encerrado en casa soñando, deseando con vehemencia pueril, que algún suceso
inverosímil —un milagro, una catástrofe— impida acudir mañana al trabajo…
aparezco por la tertulia, llevado en brazos de la inercia, muy tarde, ya bien
empezada, cumpliendo desganadamente un rito casi tan insulso como el de la
oficina. Hacen sitio amablemente, pero no hablan: el saludo es apenas un gesto,
una sonrisa, una inclinación de cabeza: están jubilados, para ellos todos los
días son iguales, no recuerdan la desazón anual del comienzo, de aterrizar en
el suelo tedioso de los días laborables. Tardo un rato en enterarme de la
conversación, la mente todavía opacada por el asombro o la sorpresa del recién
despertado: hablan del nuevo curso político, esa pejiguera.
—No habrá moción de censura, veréis —opina alguien.
—¿Cómo lo sabes? ¿Tienes algún topo en el Partido Popular?
—ironiza otro.
—No sé nada; me pregunto lo que tantas veces se pregunta
don Juan: ¿a quién beneficia?
—Hombre: a los que se monten en el borrico y a sus
secuaces.
—No a todos —interviene don Juan.
Lo miran interrogantes; le animan a seguir.
—Desde luego no beneficiaría a los almagreños. La gestión
de este equipo de gobierno, discutible, imperfecta, con carencias, supera a
muchas de equipos anteriores: ¿es razonable abortar abruptamente una
trayectoria más o menos exitosa y permanecer semanas o meses empantanados
hasta iniciar otra —cuyas características ignoramos— cuando queda poco más de
un año para las elecciones?
—¿Y el asfalto, don Juan? Decían que era un pecado
imperdonable.
—El asfalto está olvidado: ni era tan grave ni eran tantos
los que se oponían. Ahora hasta parece haber más partidarios que detractores.
Aquí, despiste frecuente, hemos confundido opinión pública con opinión
publicada.
—¿Quién más no ganaría nada?
—El Partido Popular de Almagro. Desalojando a los actuales
gobernantes por una cosa tan nimia como el asfaltado descontentaría a los
partidarios, y gobernando con AECA metería al enemigo en casa y daría aire al
principal rival.
—Explíquenos eso.
—El principal contrincante electoral del Partido Popular
no es el Partido Socialista: electorados distintos casi incomunicados. El
contendiente del PP es AECA, esa quimera ideológica —extrema derecha adobada
con toques demagógicos y populistas— escindida de ellos y que abreva en el
mismo sector social: ¿para qué darles poder sabiendo que sin él acabarán
diluyéndose y sus votantes volviendo al partido que abandonaron? Los militantes
más inteligentes del Partido Popular en Almagro se oponen, por eso, a la
moción.
—¿Y si hicieran las paces y Galán encabezara la papeleta
del PP en mayo del 19?
A don Juan la pregunta lo pilla desprevenido. Titubea.
—No lo había pensado —confiesa al fin— ni lo creo
probable, pero en política… Ahora bien: ¿tendrían tragaderas tan amplias los
militantes y votantes del PP, que sufrieron la traición de Galán en 2015?
—Quién sabe —se espanta las moscas el de la pregunta—.
Enumere los beneficiarios.
—Galán, desde luego: en ningún momento ha ocultado la
intención de llegar al poder ni ha dejado de intrigar para lograrlo. De rebote,
quizá también el Partido Socialista, que se presentaría víctima de una oscura
maniobra antidemocrática y de un pacto de perdedores, la muletilla
perenne de Maldonado.
—Si esto es así, don Juan, ¿a qué cuento vino el
comunicado de la directiva provincial del PP anunciando la moción?
—Nadie está libre de hacer el ridículo de vez en cuando.
Quizá los dirigentes provinciales, absortos en el ombligo de la capital,
desconozcan lo que pasa en los pueblos. Quizá alguien con capacidad de
embrollar los metió en este lío sin que se dieran cuenta.
—¿Por qué insiste la prensa, entonces?
—La Tribuna de Méndez Pozo es la única que insiste. Y
sabemos de qué pie cojea. Por lo demás, si leen ustedes las informaciones
despacio, comprobarán que no hay ninguna información: mero periodismo
especulativo que no pretende contar la realidad sino influir en ella. Hemos
hablado de esto y hablaremos: no lleva trazas de extinguirse.
—¿Cómo acabará la cosa?
—No lo sé. Si Galán dice en La Tribuna que no pone
condiciones, que solo lo mueve el bien de los almagreños, podrían dimitir él y
Maldonado, buscar un candidato que no levante ampollas y tantear entonces la
moción…
Don Juan sonríe beatíficamente, da un sorbo al jerez, se
levanta, coge el sombrero y la garrota…
—¡Dimitir Galán...?
—Los prodigios existen.
Yo me agarro a esto último: ojalá mañana no tenga que ir a
la oficina.
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