domingo, 27 de agosto de 2017

'Las desventuras de Martín Prigman'

Dios aprieta pero no ahoga. Como todas las ferias he venido unos días al pueblo de mi mujer, y aquí vivo, en mitad de la España vacía, alejado de ruidos, en comunión con la naturaleza, hasta que llegue el primer lunes de septiembre y haya que regresar a las tareas que nos dan de comer. De modo que no sabía muy bien qué hacer con la entrada de hoy. Este correo de don Juan, que está en todo, me saca del apuro:
Querido amigo:
Decía usted que no se deben dar malas noticias de no ser estrictamente imprescindible. Estoy de acuerdo. A cambio, convendrá conmigo en que una de las alegrías mayores y más nobles de la vida es traer buenas noticias a quienes queremos bien: de ahí que los cristianos llamen, por antonomasia, evangelio al mensaje de Nuestro Señor Jesucristo. Yo no llego a tanto, claro está, pero me satisface mucho comunicarle que acabo de leer un libro excelente, llegado a mis manos gracias a un amigo partidario también de difundir rápidamente las buenas noticias.
Aunque leo los trabajos que publica en el Lanza y ojeé con gusto el libro del año pasado sobre las hazañas futbolísticas del Almagro, no conozco personalmente a Francisco José Otero Moreno; pero —visto lo visto he de confesar el error y pedir perdón humildemente— mis prejuicios sobre las inclinaciones literarias de los periodistas deportivos impedían imaginar que pudiera escribir un libro tan ambicioso y tan bien resuelto como este del que le hablo.
Dice Francisco Otero —personaje no necesariamente identificable con Francisco José Otero Moreno— en El estudio que la literatura es un juego (página 203), y algo después (página 259) afirma lo contrario: que la literatura no es un juego. ¿En qué quedamos?, se preguntará el lector despistado. Quedamos, obviamente, en que la literatura es un juego; o sea, una cosa muy seria. Y a este juego de la literatura se aplica nuestro autor provisto de conocimientos, muchas lecturas, destreza y una arma afiladísima que maneja con precisión de cirujano: la ironía.
El juego consiste en un relato —¿biografía o novela?—, modesto y lineal, escrito por un tal José Moreno —al que tampoco debemos confundir con Francisco José Otero Moreno—, que no llegó a publicarse en su momento y que Francisco Otero encuentra por casualidad en los archivos de la editorial Cenit. Moreno se encarga de estudiarlo, editarlo y publicarlo. No les contaré cómo lo hace, pero puedo anticiparles que es un exquisito placer literario sumergirse en las abundantes y equívocas notas a pie de página; leer la Aproximación a la obra como si fuera un paper académico; saborear la ironía que, picante condimento mexicano, está en todas partes; reírse a ratos; convenir con el autor en alguno de sus juicios; repasar, cargados de escepticismo, la historia de España en el siglo XX; detenerse en la Vivi/o/grafía a ver cuánto hay de broma en ella —¡ese Membrilla del Pino!—; admirar la erudición enciclopédica; recrearse en la mera escritura: limpia, matizada, precisa, sinuosa, rica, literaria en el mejor sentido de la palabra; intimar con los personajes, que —gracias al juego cervantino/quijotesco— son personas con vida fuera del texto… En definitiva, leer un libro culto —juego que tiene más de póker que de brisca—, exigente, a la altura de paladares entrenados, algo, por desgracia, no tan común en este Almagro de nuestros gozos y sombras.
Provisto de tales cualidades, me choca que el libro no haya encontrado hueco en una editorial de fuste: ha visto la luz gracias al crowdfunding —o como se llame—, es decir, a la aportación generosa de unos cuantos amigos, parientes o simples amantes de la literatura. Aun así, y para lo que se estila en estos casos —que es casi siempre la chapuza—, la edición es digna, probablemente porque el original llegaría bien cuidado. Pese a todo, se echa de menos un trabajo concienzudo de edición dirigido a evitar los contados errores materiales, gramaticales y ortográficos que hacen la lectura menos placentera de lo deseable. Ente los errores materiales señalaremos dos: que los agustinos no son monjes, sino frailes; y que el pirata del Mediterráneo del que se habla en la página 249 no es Ausiàs March. Entre los errores gramaticales, dos vulgarismos no achacables a José Moreno: el más cerca suyo de la página 116 y el mucho hambre de la 123. Y entre los ortográficos, alguna vacilación en el uso de las mayúsculas. Nada de importancia: se pueden corregir fácilmente en la segunda edición.
Mientras tanto, lea usted este libro y recomiéndelo a sus amigos. Me lo agradecerán.
Lo haré, por supuesto, en cuanto pueda.


(Francisco José Otero Moreno. Las desventuras de Martín Prigman. Libros.com. Madrid. 2017. Dieciséis euros en papel; cuatro en electrónico.)

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