domingo, 22 de enero de 2017

Casasimarro

La plática de hoy, quizá porque terminamos la mañana en San Ildefonso uncidos a la fiesta del barrio, porque luego hemos comido en el Corregidor —definitivamente, un restaurante anodino, sin rastro de lo que fue— y porque nos hemos regalado una sobremesa profusa de copas, ha padecido interrupciones numerosas, se ha dispersado en vericuetos y trivialidades, ha perdido el hilo en laberintos intrincados, se ha empantanado en callejones sin salida, y ha languidecido al final empapada de vapores etílicos.
Sentado ahora a la mesa, delante del cuaderno de muelle, con la pluma desenvainada y la cabeza algo aturdida, sé que me va a costar Dios y ayuda casar las piezas descabaladas para presentarles a ustedes un relato —cuántas ganas tenía yo de usar esta palabra—, si no cosido, al menos hilvanado, de la errabunda conversación. Vamos a ver:
El día empezó grave con el recuerdo de don Juan Zozaya. El don Juan nuestro elogió su trayectoria intelectual, nos comentó largamente libros, actividades, cargos —que nosotros, ay, desconocíamos— y, con la tristeza desesperanzada y un tanto convencional que provocan la muerte y la ignorancia, remató:
—Durante largos años ha vivido aquí un verdadero sabio, una autoridad, y muy pocos en Almagro han llegado a enterarse. Quizás, ahora que se ha muerto, alguien se fije en él.
Hemos hablado, claro está, de Trump; pero, como, por desgracia, ha de salir más veces en la conversación, lo pasaré por alto; y del temporal de nieve, que todos los años se repite y todos nos pilla descuidados; y, tras no sé cuántos vericuetos, hemos venido a parar en Casasimarro.
—Casasimarro es un pueblo de la Manchuela donde se fabrican excelentes guitarras. Durante la República, la Guerra y el Franquismo vivió tiempos procelosos que, según se ve, han dejado hondas y mal curadas heridas. Parece que sangran otra vez.
—Como en tantos sitios —dice el escéptico.
—Quizá. Pero lo que ocurre estos días en Casasimarro presenta rasgos particulares: no se trata de la República, tampoco de la Guerra ni del Franquismo; se trata de los orígenes de la Transición. En 2017 celebraremos —sí, celebraremos— los cuarenta años de muchas cosas, y lamentaremos los cuarenta años de algunas otras. Una de las que lamentaremos es la Matanza de Atocha: los seguidores más obtusos y fanáticos del franquismo mataron el 24 de enero de 1977 a cuatro abogados y un administrativo comunistas de un bufete de la calle de Atocha. También lamentaremos que los franquistas duros mataran por esos días a Arturo Ruiz; y que en la manifestación de protesta un bote de humo de la policía acabara con Mariluz Nájera; y que los Grapo secuestraran al general Villaescusa… Mucha historia para digerirla en pocos días.
—La Transición, que unos cuantos bobos califican ahora de pasteleo, fue una muy inteligente y generosa travesía por territorios desconocidos y llenos de peligros. Salió bien de milagro.
—De milagro, no: gracias a que los españoles de entonces y los dirigentes estuvimos, por una vez, a la altura de las circunstancias.
—Pero ¿qué tiene que ver todo esto con Casasimarro? —pregunta el despistado.
—El administrativo asesinado en el despacho de Atocha era de Casasimarro. El alcalde se niega a poner una placa recordando aquello.
—Normal: la placa dice que lo mató la extrema derecha. En Casasimarro el Partido Popular tiene ocho concejales de once; luego debe de haber mucha gente de extrema derecha que se dé por aludida: como si dijeran: “Hombre, yo soy de extrema derecha y no he matado a nadie”.
—El alcalde entre ellos. Pero estoy seguro de que a la mayoría de la gente del pueblo lo de la placa no le incomoda en absoluto. Ahora bien, estas cosas las carga el diablo: si alguien se empeña en levantar ampollas lo consigue fácilmente.
—¿Qué quiere decir?
—Quiero decir que en casi todos los países hay un momento fundacional, teñido por el tiempo de caracteres míticos, con el que todos los ciudadanos se identifican y en el que todos se pueden congregar sin reticencias ningunas. En España carecemos de una cosa así. Es una lástima, pero sería prudente que contáramos con ello: aunque solo sea porque no nos queda más remedio que vivir juntos.
Quizá lleve razón. Volviendo a casa he reparado en uno de los vestigios del Franquismo, bien visible, que quedan en Almagro. Creo que la mayoría de los almagreños no lo ha visto nunca. ¿Qué pasaría si a alguien se le ocurriera quitarlo? Otro día se lo preguntaré a don Juan. 


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