Para asombro de todos, lo dice un rojo —con minúscula, claro—. Se incorpora tarde al corro; viene
sofocado; tira el sombrero en una silla y, sin saludar casi, escupe:
—¡Misión cumplida! Rajoy, cuatro años más. A Iglesias se lo
debe.
Medio en broma medio en serio, el amigo rojo se ha apuntado muchas veces a la idea de que Podemos no es más
que la marca blanca del Partido
Popular. Cuando se nos pasa la sorpresa interviene don Juan:
—Se lo debe a los casi ocho millones de ciudadanos que lo han
votado.
Un poco más calmado, el rojo retruca:
—Naturalmente. Pero quien le ha dado la oportunidad de
obtener ocho millones de votos ha sido Iglesias. Si Iglesias hubiera facilitado
el gobierno de Sánchez, llevaríamos ya varios meses sin Rajoy, que quizá a
estas horas fuera un político amortizado. Y mírelo: en la cresta de la ola.
Usted mismo lo había predicho.
—Yo no soy profeta: mero espectador. En efecto, Iglesias ha
cometido numerosos errores, pero dos muy gordos. Uno estratégico: la alianza
con Izquierda Unida. El conglomerado social e ideológico que se articula en
Podemos, difuso, versátil, múltiple, delicado,
posmoderno y propenso al pensamiento mágico, tiene poco que ver con la
concreción, la rigidez, la disciplina, el materialismo racional, la reciedumbre
y el arcaísmo de los comunistas: el agua y el aceite no son más distintos,
luego el fracaso era fácil de prever. Otro, táctico: si Iglesias hubiera
facilitado la investidura de Sánchez se habría quedado solo como líder de la
oposición de izquierdas a un gobierno débil y, probablemente, breve; es decir,
hubiera logrado dos objetivos: contentar a los electores y militantes más
moderados, y estar en la mejor posición para atraer todo el voto de la
izquierda en las elecciones siguientes. Y estos dos errores básicos los evita
cualquiera con un poco de sentido común, no ya un politólogo cualificado.
—Entonces —pregunto—, ¿cómo es que este hombre tan listo ha
incurrido en ellos?
El rojo se
adelanta:
—Porque es impaciente y engreído.
Don Juan matiza:
—Desde luego, el carácter influye: por ejemplo, el narcisismo
de Iglesias y de numerosos correligionarios los ha llevado a ahogarse en el lago de las encuestas, que los reflejaba tan guapos. Influye más, sin embargo —creo yo—, una vieja
costumbre de la universidad española: el dogmatismo mecanicista. Iglesias y sus
secuaces creen que España debe amoldarse, aunque sea con
calzador, a sus recetas; y no reparan en la terca realidad.
—¿Qué realidad?
—Esta, la que tienen alrededor. España, gracias a muchos
años de política socialdemócrata y a pesar de los recortes —“Escamoches”,
apunta uno por lo bajo— de Rajoy, goza de los beneficios esenciales del estado
del bienestar, es una sociedad relativamente bien cohesionada salvo por lo que
hace a las tensiones territoriales, mucho más igualitaria de lo que algunos se
empeñan en destacar, y bastante sensata. Eso quiere decir que el margen para
los populismos no es tan ancho como creían los eclesiásticos.
La tertulia es variada. Uno apunta:
—Muy comprensiva con la corrupción es también España: hasta
la premia.
—Para dejar de querer a alguien no basta encontrarle defectos; es preciso tener recambio. Supongo que a los votantes del
Partido Popular no les satisface la corrupción ni son corruptos ellos mismos:
quizá no han encontrado nada mejor. Y eso deberían pensárselo los demás partidos:
puesto que siempre habrá que contar con el electorado, mejor es conocerlo que
despreciarlo, como ahora hacen algunos. También debería ponerse a pensar el PP: si
fueran capaces de echar a los corruptos, gobernarían muchos años: Ciudadanos no les hará sombra.
—¿Y el PSOE?
—Salvo que se suicide, y no es descartable, vivirá largos
años. Ahora bien, ha de ordenar la casa y limpiar la era.
—¿Cómo?
—Ellos sabrán. Pero se me ocurre que no debe ser más una
máquina de garantizar puestos y sueldos a muchas personas que tendrían serias dificultades
para encontrarlos iguales y tan bien pagados fuera de la organización. Tampoco que
elija al candidato mediante democracia directa, mientras al resto de los cargos
los designa el aparato por cooptación: es algo incompatible.
La tertulia se acaba. En la calle aguarda el calor del
infierno. Mientras nos cobran, pegunto por el Brexit.
—El Brexit
demuestra que los electores no siempre tienen razón, pero siempre tienen
razones para votar como votan. Los políticos prudentes deberían estudiar tales
razones antes de meterse en camisas de once varas. Los referendos los carga el diablo.
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