domingo, 19 de junio de 2016

Eurocopa

Son deliciosas las tardes que se acercan al solsticio: la plenitud del año. Don Juan pasaba las eternas vacaciones infantiles en Arévalo, el pueblo de los abuelos; de modo que todavía se rige por el calendario astronómico, que es el calendario de la vida. A menudo nos habla de estas cosas, hace que reparemos en cómo el sol sale por el este y se pone por el oeste solo dos días al año, cómo en esta época se halla a las dos de la tarde —¡el mediodía!— casi encima de nuestras cabezas, y en el invierno apenas remonta los tejados de la plaza, cómo la luz es vida, prosperidad y euforia sagrada:
—¿No lo notan ustedes?
Nosotros, gente de ciudad aunque sea chica, para quienes el campo es un engorro, cuando no un espacio desconocido y potencialmente hostil, le hacemos poco caso.
Él no se desanima. Señala la luna casi llena hacia el sureste y, un poco a la derecha, el fiero Marte airado, perfectamente visible, de polvo y sangre y de sudor teñido; más a la derecha todavía, alto en el sur, está Júpiter, el mentido robador de Europa
Hay quienes ya se han desentendido completamente, y miran el fútbol, que la tele nos sirve en la terraza con moderada impertinencia. Lamentan el penalti de Ronaldo.
—Ahora, el robador de Europa es el fútbol, don Juan —apunta uno.
—Solo que Europa ya no es joven y bella, sino vieja y desorientada: no seduce a nadie. Pero no apuremos demasiado las metáforas, no sea que alguien nos confunda con esos refinados estetas que abominan del fútbol y ven la Eurocopa o los televisores en la calle como afrenta personal.
—A usted no le gusta el fútbol, don Juan.
—De esto ya hemos hablado. No me gusta, no; pero tampoco me molesta. Me molestan mucho más los que se creen cultos tan solo porque aborrecen el fútbol, y los que quieren prohibirles a los demás cualquier cosa que les estorbe a ellos.
—Explíquese, por favor.
—Que a la gente le guste el fútbol, juegue al fútbol o lo vea, incluso apasionadamente, en sus ratos libres no tiene nada de malo. Más todavía: es necesario, porque las sociedades y los individuos necesitan jugar. Lo malo es la perversión del juego, esta especie de religión deportiva que infesta ciertos ámbitos y que, como toda enfermedad o adicción, requiere tratamiento especializado. Pero precisan médico los enfermos, no los sanos: lo dijo muy bien Nuestro Señor Jesucristo el día en que se disfrazó de Pero Grullo. Nosotros bebemos alcohol, casi siempre con moderación; a otras gentes no les gusta, hasta lo consideran pecado. Muy bien, allá ellos, pero que no nos lo prohíban a nosotros: no hacemos mal a nadie o, como mucho, a nuestra salud.
—Pero sí nos prohíben conducir bebidos.
—Y hacen muy bien. El derecho a beber alcohol tiene un límite, igual que todos los derechos: el de no salpicar a los demás. Pues lo mismo con el fútbol: que quienes lo aborrezcan no lo vean y dejen al resto en paz.
—Dicen que los televisores en las terrazas hacen ruido, molestan.
—Es posible. El uso de los espacios públicos es potencialmente conflictivo: cualquier convivencia es potencialmente conflictiva. Una sociedad sana es capaz de proteger el ámbito privado de los ciudadanos y de armonizar más o menos bien, en la ocupación física o simbólica de los espacios públicos, los derechos e intereses de la mayoría. Aunque no es fácil, casi siempre se logra: con tolerancia y buena voluntad. Unos aguantamos las procesiones, otros las verbenas, otros las carreras ciclistas, otros los mercadillos, otros las concentraciones de coches antiguos… Ahora toca soportar el fútbol; qué le vamos a hacer: Júpiter y Marte tienen secuestrada a Europa, el uno con los arrebatos del sexo; el otro, con la guerra futbolística.
—¿Guerra?
—Claro. El fútbol es un juego agónico, una guerra jugada. De ahí que, por ejemplo, tantos espectadores se vistan de uniforme; de ahí que otros saquen las banderas a las calles…
—Esta vez hay pocas banderas…
—Lleva usted razón: muchísimas menos —en realidad solo hemos visto la de Maldonado: al antiguo alcalde estas cosas se le dan bien— que cuando las dos Eurocopas y Mundiales anteriores. Por algo será.
Pero no nos da tiempo a averiguarlo. Portugal no ha podido con Austria. Nos recogemos, que la tarde ya es noche cerrada. Si el único requisito para que se te abran de par en par las puertas de la cultura es abominar del fútbol, desde mañana mismo lo aborrezco. Está decidido.


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