Son deliciosas las tardes que se acercan al solsticio: la plenitud del año. Don Juan pasaba las eternas vacaciones infantiles en Arévalo, el pueblo de los abuelos; de modo que todavía se rige por el calendario astronómico, que es el calendario de la vida. A menudo nos habla de estas cosas, hace que reparemos en
cómo el sol sale por el este y se pone por el oeste solo dos días al año, cómo
en esta época se halla a las dos de la tarde —¡el mediodía!— casi encima de
nuestras cabezas, y en el invierno apenas remonta los tejados de la plaza, cómo
la luz es vida, prosperidad y euforia sagrada:
—¿No lo notan ustedes?
Nosotros, gente de ciudad aunque sea chica, para quienes
el campo es un engorro, cuando no un espacio desconocido y potencialmente
hostil, le hacemos poco caso.
Él no se desanima. Señala la luna casi llena hacia el
sureste y, un poco a la derecha, el fiero
Marte airado, perfectamente visible, de
polvo y sangre y de sudor teñido; más a la derecha todavía, alto en el sur,
está Júpiter, el mentido robador de Europa…
Hay quienes ya se han desentendido completamente, y miran el fútbol, que la tele nos sirve en la terraza con moderada impertinencia. Lamentan el penalti de Ronaldo.
—Ahora, el robador de
Europa es el fútbol, don Juan —apunta uno.
—Solo que Europa ya no es joven y bella, sino vieja y desorientada: no seduce a nadie. Pero no apuremos
demasiado las metáforas, no sea que alguien nos confunda con esos refinados estetas que abominan del
fútbol y ven la Eurocopa o los televisores en la calle como afrenta personal.
—A usted no le gusta el fútbol, don Juan.
—De esto ya hemos hablado. No me gusta, no; pero tampoco me
molesta. Me molestan mucho más los que se creen cultos tan solo porque aborrecen
el fútbol, y los que quieren prohibirles a los demás cualquier cosa que les
estorbe a ellos.
—Explíquese, por favor.
—Que a la gente le guste el fútbol, juegue al fútbol o lo
vea, incluso apasionadamente, en sus ratos libres no tiene nada de malo. Más todavía: es necesario, porque las sociedades y los individuos necesitan jugar. Lo
malo es la perversión del juego, esta especie de religión deportiva que infesta ciertos ámbitos y que, como toda enfermedad o adicción, requiere tratamiento
especializado. Pero precisan médico los enfermos, no los sanos: lo dijo muy bien
Nuestro Señor Jesucristo el día en que se disfrazó de Pero Grullo. Nosotros
bebemos alcohol, casi siempre con moderación; a otras gentes no les gusta,
hasta lo consideran pecado. Muy bien, allá ellos, pero que no nos lo prohíban a
nosotros: no hacemos mal a nadie o, como mucho, a nuestra salud.
—Pero sí nos prohíben conducir bebidos.
—Y hacen muy bien. El derecho a beber alcohol tiene un límite, igual que todos los derechos: el de no salpicar a los demás. Pues lo mismo con el
fútbol: que quienes lo aborrezcan no lo vean y dejen al resto en paz.
—Dicen que los televisores en las terrazas hacen ruido,
molestan.
—Es posible. El uso de los espacios públicos es
potencialmente conflictivo: cualquier convivencia es potencialmente
conflictiva. Una sociedad sana es capaz de proteger el ámbito privado de los
ciudadanos y de armonizar más o menos bien, en la ocupación física o
simbólica de los espacios públicos, los derechos e intereses de la mayoría.
Aunque no es fácil, casi siempre se logra: con tolerancia y buena voluntad.
Unos aguantamos las procesiones, otros las verbenas, otros las carreras
ciclistas, otros los mercadillos, otros las concentraciones de coches antiguos…
Ahora toca soportar el fútbol; qué le vamos a hacer: Júpiter y Marte tienen
secuestrada a Europa, el uno con los arrebatos del sexo; el otro, con la guerra futbolística.
—¿Guerra?
—Claro. El fútbol es un juego agónico, una
guerra jugada. De ahí que, por ejemplo, tantos espectadores se vistan de
uniforme; de ahí que otros saquen las banderas a las calles…
—Esta vez hay pocas banderas…
—Lleva usted razón: muchísimas menos —en realidad solo hemos
visto la de Maldonado: al antiguo alcalde estas cosas se le dan bien— que
cuando las dos Eurocopas y Mundiales anteriores. Por algo será.
Pero no nos da tiempo a averiguarlo. Portugal no ha podido con Austria. Nos recogemos, que la
tarde ya es noche cerrada. Si el único requisito para que se te abran de par en
par las puertas de la cultura es abominar del fútbol, desde mañana mismo lo
aborrezco. Está decidido.
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