domingo, 3 de abril de 2016

Toledo

Una de las cosas que más le gustan a don Juan es pasear por Toledo, perderse en Toledo. Casi siempre que vuelve de Madrid a Navaltizón se viene por allí; deja el coche en Recaredo o en la estación de autobuses y, bendiciendo las escaleras mecánicas, llega enseguida a la Diputación o a Zocodover. Elude a los turistas, echa a andar sin hoja de ruta —¿a quién se le ocurriría, Dios mío, esta expresión tonta que ya ha arraigado en el idioma como arraigan las malas yerbas?—, el bondadoso azar lo premia con sitios que no conocía o le muestra de otra manera sitios muy conocidos: justicia poética de algún palacio rebajado a casa de vecinos, rejas con geranios, gatos orondos y solemnes, ruinas afrentadas del amarillo jaramago, torres al final de un callejón desierto, el esplendor del cielo tras una cuesta, la estatua solitaria de Garcilaso…
El miércoles pasado llegó después del mediodía, comió en un restaurante proletario de Santa Teresa, redondeó la comida con un carajillo de Soberano; para ventilar la cabeza se subió andando; por la puerta del Cambrón, trepó a la plaza de la Virgen de Gracia. En el centro silencioso y limpio de la tarde, paró a descansar: San Juan de los Reyes, el puente de San Martín, el río, los cigarrales… hacia la Puebla de Montalbán, el templo de Hatshepsut en Deir el-Bahari.
—Don Juan…
Don Juan está de buen humor. Habiéndose muerto Zaha Hadid el otro día, no va a pellizcar hoy a los arquitectos: ya lo hizo ayer Vicente Verdú. Sigue con el itinerario:
—Toledo tiene también una librería que me gusta mucho: Hoja Blanca. Discreta y bien surtida, con el solo ruido de la madera crujiendo bajo los pies, da gusto repasar las estanterías, abrir los libros, leer un rato. Invertí treinta euros en la Poesía reunida de Aníbal Núñez que ha editado Calambur. Ojalá contribuya a poner a Núñez en el sitio que se merece.
La conversación yerra un rato por libros y librerías. Regresa don Juan a Toledo:
—Al salir de la librería me fui para la Biblioteca Regional.
—Empacho de libros —murmura un hombre práctico.
Don Juan, que oye lo que quiere, sonríe pícaramente y deja caer:
—Los libros buenos no sobran nunca; ni los malos tampoco: de todo ha de haber. Recuerden ustedes que el mismo Dios, por mano de San Juan, escribió: Beatus qui legit.
—Pero usted no cree en Dios.
—Cuando me conviene, sí. En la Biblioteca Regional se presentaba un libro que ha coordinado González-Calero. Ya les he hablado en muchas ocasiones de este formidable agitador cultural que está empeñado en hacer región a fuerza de libros. Me satisface coincidir en esto con el director de la Biblioteca. Él, además, propuso que el gobierno regional tome nota y se lo reconozca de alguna forma. Estoy de acuerdo, aunque entre los “distinguidos” haya tanta nadería de chichinabo.
—Hombre, don Juan…
—No me obliguen a señalar —zanja y prosigue—. El libro se llama Castilla y la Mancha en el siglo XVIII. Aproximación y miscelánea. Está muy bien la aproximación: tres monografías estupendas —sobre literatura, arquitectura y economía— redactadas por especialistas solventes —Ángel Romera, Adolfo de Mingo y Miguel Ramón Pardo—; pero es excelente la miscelánea: una cronología sumamente práctica a efectos de consulta, un compendio de biografías amplio, interesante y curioso, y dos apéndices de calidad literaria notabilísima: los Viajes a la Mancha de José Viera y Clavijo y de Tomás de Iriarte. Todo por veinte euros. Dijo alguien en la presentación que preparar el libro ha llevado cuatro años. Se podría añadir que también mucho talento y mucho saber. O sea, un regalo.
—¿Había gente?
—La sala no se quedó pequeña. Treinta personas contadas. Todas viejas, salvo dos veinteañeras en las últimas filas que tomaban fotos y notas: ¿sería por afición? ¿por obligación académica? ¿por despiste? Da lo mismo; era un gusto verlas: yo se lo agradezco de todo corazón. El resto, lo habitual: quienes acuden a estas cosas son tan reconocibles como los testigos de Jehová.
—Usted también, don Juan.
—Claro. Yo pertenezco a la secta. Los sectarios somos pocos y entrados en años: ¿cuánto durará?
—¿Le preocupa mucho?
—Nada en absoluto: que cada uno haga lo que le dé la gana. Si me preocupara les habría preguntado cómo fue la presentación del libro en Ciudad Real, que les pilla cerca.
Por la Autovía de los Viñedos —¿a quién se le ocurrió este nombre cursi? ¿no se daría cuenta de que en la Mancha no hay ni un solo viñedo, que lo de aquí son viñas?—, en algo más de una hora estaba en su casa. Que perseveren los González-Calero, que no se cansen nunca.