domingo, 17 de abril de 2016

Harmagedón

En los primeros años universitarios, todavía muy desorientado ideológicamente, don Juan siguió con curiosidad y creciente asombro la polémica que, acerca del teatro posible o imposible, mantuvieron Alfonso Sastre y Antonio Buero Vallejo. Hizo mucho ruido. Entendámonos: hizo ruido entre los pocos cientos sería exagerado decir miles de personas que leían revistas como Primer Acto, pero los ecos sí llegaron bastante lejos; por lo menos, hasta la muerte de Buero.
Preparando una conferencia, don Juan se ha encontrado de nuevo con aquel asunto. Aunque ahora no hay curiosidad, el asombro es tan grande o mayor que entonces, sobre todo por los que intervinieron Alfonso Paso, los propios Sastre y Buero, Arrabal— y cómo fueron evolucionando ideológica, personal y literariamente: las vidas son novelas cuyo sentido, desvelado poco a poco, se alcanza únicamente al terminar de leerlas.
—¿Quién se acuerda, don Juan!
—Nadie: los especialistas y algunos viejos.
—Batallitas, entonces.
—Quizá. Los viejos tenemos esas cosas. Y los jóvenes, con buen criterio, no nos hacen caso. Ellos verán. Pero de cuando en cuando, si no a los viejos, deberían leer a los jóvenes de otras épocas. Algo aprenderían, porque los viejos de ahora —mentira nos parece— fuimos jóvenes y no nos distinguíamos tanto de los que ahora lo son.
—Habla usted enigmáticamente, como Nuestro Señor Jesucristo.
—Dios no lo quiera —dice, y sonríe—. Nuestro Señor Jesucristo pretendía —¿o no?— establecer para siempre un sistema de creencias y comportamientos; yo me conformo con que cada uno haga y diga lo que le dé la gana, a ser posible, eso sí, sin salpicar a los de al lado.
—Nos lo ha dicho muchas veces, don Juan.
—Pero no está de más repetirlo en estos tiempos en que las sectas proliferan. El que hace y dice lo que le da la gana se arriesga a convertirse en forajido, es decir, en alguien “desterrado de su patria y casa”. Cuando uno es joven eso requiere valor; cuando se es viejo, mucho menos.
—No hay quien lo entienda, don Juan.
—El teatro de Buero ya no me gusta; los de Paso, Sastre o Arrabal no me han gustado nunca. Sin embargo, la trayectoria política y personal de Buero me parece más respetable que las de los otros. Y más inteligente. Uno debe, si quiere, exigirse a sí mismo el máximo rigor en todos los aspectos de la vida, no permitirse ni perdonarse la mínima debilidad; pero es una imprudencia —cuando no una estupidez fanática o hipócrita— exigirles al prójimo y al mundo más de lo que en cada momento puedan dar. Solo aceptando las flaquezas humanas y la realidad tal como es se pueden poner los medios para que algo vaya mejor.
—También nos ha repetido usted esta obviedad en otras ocasiones.
—Sin éxito ninguno, al parecer.
—Muéstrenos, por lo menos, algún ejemplo nuevo.
—Por desgracia, hay muchísimos. Ahí va uno: el comportamiento de Podemos en estos meses. Con los aires de superioridad moral —¿o de matonismo y chulería?, la rectitud impostada, el discurso a lo Savonarola, han hecho todo lo que ha estado en su mano para conseguir que Rajoy continúe en el sillón. Es decir, mirando las cosas objetivamente, como querían los marxistas de antes, el Partido Popular ha encontrado en Podemos al mejor aliado. Parece mentira que ciertos izquierdistas no sean capaces de verlo.
—Aliado involuntario e inesperado será.
—No estoy tan seguro. Si los dirigentes de Podemos fueran analfabetos, cabría pensar que los pierde el ímpetu juvenil, la impaciencia del recién llegado o la ignorancia. Pero, ojo, nos enseñan a todas horas la patente de politólogos —sea eso lo que sea—, luego deben saber lo que hacen.
—Y ¿qué hacen?
—Ya se lo he dicho: procurar que el Partido Popular gobierne. Ellos habrán leído los catecismos de Marta Harnecker. Esperan que las contradicciones internas conduzcan al PSOE a la irrelevancia, igual que a Izquierda Unida; que Ciudadanos sea una estrella fugaz que se apague enseguida; y que, pronto, ellos solos constituyan La Izquierda —¡Mayúsculas Mayúsculas¡— que se enfrente a La Derecha —¡Mayúsculas Mayúsculas!— en la lucha final, es decir, en el Harmagedón que abrirá felizmente—¡Aleluya!— las puertas del Milenio —¡Mayúsculas Mayúsculas!—. Quienes vivan entonces podrán contar que vieron cælum apertum: et ecce equus albus; et qui sedebat super eum vocabatur Fidelix et Verax, et in iustitia iudicat et pugnat.
—¿El Mesías?
—No; el Mesías es poco: Pablo Iglesias.


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