domingo, 28 de febrero de 2016

Luis López Condés

Esta mañana hemos estado en el homenaje a Luis López. Don Juan y yo —cada uno por razones distintas— le tenemos a López Condés un afecto de lustros —ha quedado dicho en este blog desde el principio—, de modo que, pese al día oscuro, frío, a ratos lluvioso, que no incitaba a salir de casa, con muchísimo gusto nos hemos acercado al teatro municipal. No estaba lleno. Estas cosas, a don Juan, aunque no lo diga, le desazonan. Luis López, con diferencia, ha sido el mejor alcalde de los últimos cien años, por lo menos; en la democracia, él —con un vigoroso proyecto de ciudad que a nadie se le había ocurrido antes y muy pocos han ensanchado luego— puso los raíles por los que todavía camina el pueblo: ¿por qué el pueblo no acude? ¿No dicen que de bien nacidos es ser agradecidos?
—Todo tiene explicación, don Juan: ¿quién se va a echar a la calle con el tiempo que hace? Además, hay misa.
—¿Entonces por qué ha venido el cura? —dice irónico.
En efecto, como nos hemos puesto casi en el gallinero, gozamos de una visión espléndida del patio de butacas y de los palcos de platea: don Pedro, el cura de Madre de Dios, está en una de las últimas filas.
—La misa es en San Bartolomé.
—Eso será. Pero creo que hay más: hay razones sociales y políticas que no dicen mucho a favor de la España en que vivimos.
—¿Cuáles?
—La sociedad actual es desmemoriada. Estoy seguro de que a Luis López, un anciano de noventa y un años, no lo conocemos ya nada más que los viejos.
—El homenaje lo han organizado las Juventudes Socialistas —me atrevo a matizar.
—Eso no invalida lo que he dicho: quizá las juventudes socialistas lo miren como si fuera el abuelo —a los abuelos se les quiere, lo sé por experiencia— o quizá pretendan otros objetivos en el momento agitado que vive el partido.
Tal vez lleve razón. Paso a la segunda:
—¿Y las razones políticas?
—Lo que usted destaca: que el acto lo organizan las Juventudes Socialistas. Habrá gente que no se haya animado a venir por no identificarse. Desde hace algunos años la competencia política se ha agriado bastante, ha degenerado hasta contaminarse de competencia futbolística: ¿iría alguien del Barcelona a un acto de la peña del Real Madrid, o viceversa?
Empieza el acto. No proseguimos la conversación. Sin embargo, a mí no se me va de la cabeza lo último que ha apuntado don Juan: la aspereza de la controversia política. Don Juan la ha comparado con el fútbol, ¿no se parecerá más a los fanatismos religiosos?
La primera parte es aburrida. El secretario general de las Juventudes Socialistas, sin salirse del guion y muy rutinariamente, alaba los méritos de López Condés. A continuación, se proyecta un vídeo que resume los logros del homenajeado. Quizá por herencia del franquismo, muchos españoles creen todavía que el mejor gobernante es el que más obras hace, que el estado ha de ser siempre “estado de obras”. Por eso el vídeo las resalta machaconamente. Don Juan hubiera enfocado la alabanza de otra manera: no en las obras, sino en el porqué y en el paraqué de las obras deberían haberse detenido; de las obras al tuntún, sin otro objetivo que la obra misma —y la inauguración, por supuesto— ya tendríamos que estar escarmentados.
Vienen a continuación los discursos. El del alcalde es correcto y, por momentos, didáctico. El de don Luis Arroyo espléndido, bien escrito, bien dicho, bienhumorado, emotivo sin solemnidad retrata perfectamente al personaje, lo pone en el contexto y a los viejos nos lleva a unos tiempos en que podíamos practicar sin jactancia el lujo del optimismo: ¿quién conservará el texto para publicarlo cuando sea oportuno? El del secretario provincial del PSOE no está mal, pero le sobran flecos mitineros.
Tras los discursos, la dichosa placa —don Juan las aborrece cordialmente, porque siempre piensa en dónde acabarán—. Luis López, desde la primera fila del patio de butacas, apoyado en el escenario, toma el micrófono. Con voz firme y clara nos da las gracias. Se quita méritos: “lo que yo haya podido hacer, dice, lo hemos hecho entre todos”. Nombra a los compañeros que han muerto; nombra también muy elogiosamente a algunos de los que viven; no ajusta cuentas; no chochea ni se emociona… Algunos sí nos emocionamos.
Al acabar, los parabienes. Don Juan y yo salimos deprisa. En un bar de la ronda nos esperan los amigos. ¿Qué trabajo les hubiera costado acudir? ¿Qué menudencias tontas habrán dejado a otros en sus casas?