domingo, 27 de diciembre de 2015

Miedos

Don Juan es hombre sensato y razonable; no sabe de todo, pero sabe que de todo hay quien sepa: por eso se fía de los especialistas. Quiero decir que, si tuviera que levantar una casa, recurriría a un arquitecto, y que, cuando necesita que le poden la viña, no echa mano del primero que pasa por la puerta, sino de alguien cuya solvencia esté bien acreditada. Ustedes me dirán que eso es lo que hace todo el mundo. Naturalmente; eso es lo que hace todo el mundo. Salvo cuando se tiene miedo.
—El miedo es uno de los sentimientos esenciales y más poderosos de los seres humanos, y también de los demás animales. Seguramente, la importancia evolutiva del miedo es enorme: gracias a él huimos de los peligros, conservamos la vida y podemos transmitirla a los descendientes. El miedo es, pues, una recurso biológico que nos acompañará siempre.
—Sin embargo, don Juan, los seres humanos, en todas las sociedades, desprecian el miedo y aprecian enormemente su contrario: la valentía; es decir, el valor por antonomasia, el valor ante el que palidecen los demás valores.
Dime de lo que presumes
Los que conocemos a don Juan —ustedes, por ejemplo, hipotéticos lectores— sabemos bien que su confianza en la humanidad no es ilimitada, y que hace un uso bastante frecuente de la gramática parda. Prosigue, ya en serio:
—En todas las sociedades algo complejas, el miedo y el valor están modelados —y modulados— por factores culturales cuyo estudio, aunque dificultoso, puede hacerse caso por caso. Otro día nos ocuparemos de ello. Lo evidente es que el miedo sigue existiendo: el miedo individual y los miedos colectivos. De los miedos individuales también nos ocuparemos otro día.
—Va dejando usted muchas cosas para otro día. ¡Como hiciéramos la lista…!
—Hay más días que longanizas —responde socarrón—. Los miedos colectivos son, a la vez, agregado y sublimación de miedos individuales. Y, aunque muchas sociedades modernas presuman de haberlos reducido y se jacten de la seguridad de que disfrutan los ciudadanos, los miedos gozan de muy buena salud y son esencialmente los mismos que en el Paleolítico. Todos ellos se pueden resumir en uno: el miedo a lo nuevo, es decir, a los extraños, a lo desconocido, a lo no previsto, a todo lo que amenace con perturbar las cosas que damos por ciertas y firmes.
—Se olvida usted, don Juan, de que siempre ha habido exploradores, aventureros, revolucionarios…
—Y en ninguna parte los han visto con buenos ojos… salvo que hayan tenido éxito: la gente prefiere casi siempre lo malo conocido.
—Por eso las sociedades tienden a la estabilidad, y todos los gobiernos se afanan en lograrla o en restablecerla.
—Efectivamente. Lo que más teme siempre cualquier gobierno es una catástrofe —sea natural o provocada— que amenace la estabilidad y desate los miedos. Casi ningún gobierno se maneja bien en estos casos. Pero hay individuos y grupos, pescadores a río revuelto, que sí se manejan bien: siempre hay beneficiarios del miedo.
—¿Está usted hablando de la amenaza terrorista, don Juan? ¿O de la incertidumbre política que tenemos en España?
—También, aunque ahora me quedo más cerca. Estoy hablando de una cosa que vi la otra tarde en Manzanares, y hace un par de años en Almagro. Saben ustedes que en Manzanares hay un brote de legionela que ha matado a dos personas y ha hospitalizado a muchas. Hubo un pleno extraordinario para tratar el asunto. Al pleno, claro, no acudió ningún especialista, pero no me detendré en ello. Lo que me llamó la atención es que en la plaza se congregó una multitud y que los ánimos estaban algo exaltados.
—Natural: la gente tenía miedo, se sentía insegura… en esos casos se trastorna un poco la razón…
—Y muy fácilmente puede prender la violencia —interrumpe don Juan bastante serio—. Si alguien hubiera dicho que la culpa de todo la tenían los mendigos, los rumanos, el alcalde, las monjas, los membrillatos, o cualquier otro, porque envenenan las fuentes, ofenden a Dios o han roto alguna tradición sagrada, ya hubiéramos visto...
—Don Juan, eso era antes.
—Antes y hoy, mientras la gente no aprenda a comportarse racionalmente y a hacer caso de los especialistas. Por eso me asombraron mucho las declaraciones de Vicente Tirado y de una responsable regional de Comisiones Obreras; ellos sí saben: deberían obrar responsablemente, no como beneficiarios del miedo ajeno.
—Ha dicho usted también algo de Almagro.
—Hace dos o tres años se instaló en Almagro un violador recién salido de la cárcel, o sea, un ciudadano que había saldado deudas con la justicia. La reacción de muchos vecinos y de ciertas autoridades no fue demasiado ejemplar.
—¿También en ese caso deberían haber recurrido a los especialistas?
—En efecto. Y no emular a los feroces individuos del Salvaje Oeste. Pero el miedo es libre, y el aprendizaje de la democracia, trabajoso. Sin quitarles culpa a los ciudadanos comunes, me pregunto qué hacían las autoridades en la manifestación.
No sé qué decir: en estas cosas yo soy gente común.


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