domingo, 27 de septiembre de 2015

San Miguel

Mientras los catalanes estarán votando —unos con el alma encogida, otros con la euforia de las vísperas de fiesta— nosotros hemos comprado el periódico y nos damos un paseo por el pueblo. Hablamos de Cataluña, claro.
—Tengo muy escasa simpatía por los dirigentes catalanes, salvo por Iceta, que parece bueno y sensato —dice don Juan—. Pero por los catalanes rasos siento bastante aprecio; sé que la inmensa mayoría de ellos no es fanática ni estúpida ni malvada. Es decir, los catalanes son, obviamente, iguales que el resto de los seres humanos, y los defectos y cualidades comunes a los seres humanos se reparten allí en las mismas proporciones que entre los maoríes o los almagreños. De modo que, si muchos quieren la independencia, será por algo.
—Pues Savater o Azúa no opinan lo mismo. Creen que Mas les ha sorbido el seso y los ha llevado a este arrebato de rauxa suicida.
—Savater o Azúa son personas de extraordinaria inteligencia y escritores brillantísimos, pero serían pésimos gobernantes. Las personas de tanta inteligencia poseen una virtud que, por exceso, se hace defecto: son muy generosas con nosotros, los mortales del montón; nos creen tan inteligentes como ellos. Para nuestra desgracia, yerran los pobres: somos díscolos y duros de mollera; ni los entendemos ni atendemos los consejos que nos dan. ¡Cuánto les hacemos penar!
—Don Juan...
—Los buenos gobernantes son gente común o, por lo menos, entienden a la gente común. No digo que hayan de ser brutos o zafios, porque la gente común no es bruta o zafia; digo que deben comprender las flaquezas humanas: la pereza, la irreflexión, la desmemoria, la cortedad de miras, el egoísmo... lo que tenemos de primitivos, la mera biología. Y orientarnos con paciencia y con amor, sin tomarnos por tontos como los dictadores y los demagogos, y sin sobrevalorarnos como estos sabios.
—No hay últimamente buenas cosechas de gobernantes; y Zapatero, según Azúa, es el peor de los peores.
—Zapatero no era Churchill; pero no era peor que Rajoy, por ejemplo, y en muchas cosas era mejor: entendió bien el problema de Cataluña. A quienes no entendió fue a los periódicos de Madrid, a las televisiones digitales, a la caverna del Partido Popular, incluidos los magistrados monaguillos... Pero a los catalanes y sus aspiraciones los entendió muy bien. Y supo que es más provechoso para la sociedad ser bombero que pirómano.
—¿Qué va a pasar, don Juan?
—Ojalá no haya un resultado claro. Ojalá los dirigentes saquen de ello la lección que corresponde. Ojalá los demás españoles lo comprendan también. Ojalá todos entierren la demagogia y empecemos a hablar claro y con buena voluntad. Ojalá.
Don Juan no parece muy convencido de lo que dice. La mañana amaneció fresca, ya es calurosa: nos obliga a buscar las aceras en sombra de las calles, que se están animando de gente ajena a Cataluña, ajena a lo que no sea tomarse unas cervezas en la plaza. Va siendo la hora del vermú, el último de la temporada; a partir del domingo que viene, echando de menos el Corregidor, buscaremos un sitio donde pasar las tardes. ¿Lo hallaremos? El futuro es siempre incierto pero, si Dios cierra una puerta, abre una ventana.
Pica el sol, nos acorralan las moscas: el veranillo de San Miguel.
—Cuando yo era chico, el año —el año natural, quiero decir— empezaba en San Miguel. Acabadas las cosechas, ese día se ajustaban los gañanes: un nuevo ciclo en el eterno retorno de las cosas...
—¿Añora la infancia, don Juan?
—No, Dios me libre: añoro anticipadamente el futuro que no he de ver y sueño el pasado que me hubiera gustado ver. Su alusión a san Miguel me ha recordado a los gañanes de la infancia, pero también a don Antonio Machado. Él dijo que habría que consagrar España al Arcángel por la cantidad de Migueles excepcionales que hemos tenido: Servet, Molinos, Cervantes, Unamuno... Cervantes nació —probablemente— el día de San Miguel de 1547; el día de antes habían bautizado a Mateo Alemán. De Cervantes hablaremos este año o el que viene si Dios nos da salud y los fastos no nos abruman. De Alemán, también. Los almagreños tienen con Alemán dos deudas —conocimiento y reconocimiento— que deberían pagar. ¿Cuándo?

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