domingo, 14 de junio de 2015

Zapata, Zerolo

Mientras hojeamos el periódico en la plaza tomando un martini, vamos comentando la constitución de los ayuntamientos. A don Juan, que tiene un sentido agudísimo para tópicos y lugares comunes, le da por contar las veces que los nuevos alcaldes hablaron de fiesta de la democracia. Se cansa pronto.
—Si al primero que dijo fiesta de la democracia le pagaran medio euro cuando alguien lo repite, sería a estas horas multimillonario.
—Hombre, don Juan, recuerde usted a Mairena: las frases hechas suelen contener verdades que conviene examinar antes de tirarlas a la basura.
—No lo dudo. Pero, si quien las usa no repara en ello, revelan también pereza mental y propensión a la rutina. Al que habla o escribe para el público debería pedírsele el favor de que no nos dijera las cosas que sabemos de la manera que las sabemos: para ese viaje no necesitamos alforjas. O que nos diga cosas nuevas o que nos las diga de otra manera.
Ustedes, hipotéticos lectores, entenderán que me dé por aludido. La originalidad no está al alcance de cualquiera: la mayoría —pobres de nosotros— nos quedamos en el propósito; él, que se ha ganado la vida en la universidad, debería saberlo. Parece que me ha leído el pensamiento:
—Naturalmente no estoy diciendo que todo el mundo tenga que ser siempre original. Eso es imposible. Solo pido que los que hablan o escriben para el público se esfuercen en serlo. Repetir tópicos debería estar prohibido, salvo que los tópicos sean las verdades del barquero.
En un rinconcillo del periódico se topa don Juan con Guillermo Zapata. Es la primera vez que lee este nombre. Debajo de la foto de un joven barbudo que levanta el puño como saludo, como amenaza o como afirmación ideológica, cuentan que hace años publicó ciertos tuits inoportunos sobre el Holocausto y las víctimas del terrorismo.
—Tonterías juveniles —digo yo, tratando de justificarlo.
—Las redes sociales son territorios peligrosos donde uno puede caer fácilmente en las propias trampas. Los jóvenes no son conscientes de ello, pero deberían andarse con ojo. Cuando nosotros éramos jóvenes, las tonterías, incluso los disparates que se pudieran cometer acababan olvidados. Ahora nada se olvida: es diabólico esto de que en el pecado vaya a estar siempre agazapada la penitencia, inmediata o diferida.
Don Juan sigue leyendo. Enseguida comenta:
—Pero lo que no me gusta es la justificación: tópico sobre tópico como si fuera uno de los políticos rancios a quienes tanto critica. Los nuevos políticos sí deberían ser originales por lo menos en una cosa: en evitar los tics de los viejos políticos; es decir, si se ha metido la pata, aunque fuera hace tiempo, no basta con reconocerlo y pedir disculpas: hay que reconocerlo y marcharse. En los países que gozan de democracias viejas esa es la regla. Y ya que hablamos de tópicos, el texto del blog donde intenta explicaciones, tampoco es un prodigio de originalidad: engrudo confuso y pedante que suena a excusa pueril o a defensa de rábula.
—Debe ser duro llegar al sillón y tenerse que ir sin calentarlo.
—Para los políticos viejos, desde luego: ellos se pegan al sillón como lapas. Pero para los nuevos, de ninguna manera: solo vienen a servirnos. Claro que Zapata debe de tener el ego algo hipertrofiado: fíjese en este verbo que usa: fui votado. Dejando a un lado la cursilería de la pasiva, ¿de verdad cree que lo votaron a él?, ¿que, si él no hubiera ido en la lista, Carmena no habría obtenido ni un miserable voto? ¡Ay, la juventud! ¿No podría haber usado la primera persona del plural?
—Don Juan, no empiece usted otra vez con la gramática...
—Si se estudiara más gramática, otro gallo nos cantaría: se pensarían las cosas antes de decirlas y se releerían tras haberlas escrito.
No me queda más remedio que darle la razón. En el periódico también recuerdan hoy a Zerolo, concejal de Madrid al que el otro día velaron en el ayuntamiento.
Dios nos libre del día de las alabanzas, decía mi abuela. Pero, puesto que el día llegará inexorablemente, es bueno que se alabe a quien lo merezca; y hasta a quien lo merezca menos. Este hombre contribuyó a ensanchar los derechos ciudadanos y que la sociedad se dulcificara un poco. No es pequeño mérito.

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