domingo, 14 de diciembre de 2014

Poesía

A don Juan no le acaba de gustar esto del blog: yo se lo noto. Si el otro día le puso pegas al título por obvio y previsible, ahora aprieta ligeramente los labios —esa manera suya de mostrar desaprobación— cuando ve la foto y los colorines que lo adornan. No lo dice, pero también le parecen previsibles y obvios. Llevará razón. Don Juan se apellida Rojo Almagro, de modo que llenar el blog con fotos —y, encima, malas— de barbecheras rojo almagro es una cosa que se le hubiera ocurrido al mismo Pero Grullo. Y a mí, que soy convencional y carezco de imaginación.
Tampoco le gusta la frasecita en latín. Es verdad que la ha sacado muchas veces en las conversaciones y que, como filólogo, ha bregado a menudo con la epístola a la que da título. Pero no quiere que parezcamos pedantes ni que nos pasemos de listos. Él, ya lo iremos viendo, tiene muy poca confianza en las multitudes y huye despavorido de rebaños, tertulias, sectas, cofradías, partidos o naciones. Sin embargo, por muchos seres humanos tomados de uno en uno siente aprecio y admiración. Y bastantes de las personas que aprecia —yo, sin ir más lejos— tenemos poco de doctos. Me quedo con la copla; procuraré arreglarlo.
Don Juan no vino en el puente de la Constitución —ideal para quedarse en casa—; aunque yo quería que habláramos de ella, no me da la oportunidad. Saca un libro del bolsillo de la chaqueta, y lo deja distraídamente en la mesa. Lo hace otras veces, pero casi siempre el libro cae bocabajo y yo, miope, me esfuerzo vanamente en averiguar título y autor. Si lo consigo, lo apunto y luego me informo sucintamente para poder citarlo cuando venga al caso: no en vano entre mis lecturas favoritas ocupa lugar destacado el estupendo Cómo hablar de libros que no se han leído de Pierre Bayard —por si les interesa, es de Anagrama; cuesta siete euros y medio—. Hoy autor y título quedan bien visibles, incluso para mis ojos: la Antología poética del conde de Salinas que publicó Visor en 1985 editada por Trevor J. Dadson. Yo bien sé la devoción que don Juan siente por Dadson: coincidirían de profesores en la Facultad de Letras; son amigos; don Juan sostiene que nadie ha publicado nunca ninguna obra sobre el Campo de Calatrava que aventaje a Los moriscos de Villarrubia de los Ojos.
—¿No exagera usted, don Juan? Sin salirnos de los moriscos, ahí están Lapeyre o Domínguez Ortiz; y lo que el libro de Dadson tiene de original podría haber ocupado muchas menos páginas.
Don Juan me mira por encima de las gafas; aborta una sonrisa levemente irónica; no me contesta. Prosigue con sus cosas:
—¿Sabe usted qué día es hoy?
—Claro. 14 de diciembre de 2014 —respondo—. Mi reloj tiene calendario perpetuo.
—Muy inteligente su reloj. Le habrá costado un dinero. Pero ¿no le informa de otra cosa?
—De que es domingo —retruco un poco amilanado, sin sospechar por dónde tirará.
—Pues hoy se cumplen cuatrocientos veintitrés años de la muerte en Úbeda de San Juan de la Cruz.
—Ah.
Don Juan cree, seguramente con razón, que es buen motivo para dedicar un rato a la poesía. Con cierta prosopopeya abre el libro por la página cuarenta y seis, y lee el Soneto X. Este:

Estas lágrimas vivas que corriendo
van publicando lo que el alma calla
son una diligencia sin pensalla
que está el dolor en mi favor haciendo.

Quien llora está atreviéndose y temiendo,
vencido de su pena por no dalla;
toma el llanto a su cargo el declaralla;
nadie la dice y él la está diciendo.

Vos podéis descifrar algún suspiro
sin que yo pierda el nombre de callado:
mas palabras no oiréis de mis enojos,

pero tendré por fuerza, cuando os miro,
remitido el deciros mi cuidado
a la lengua del agua de mis ojos.

Aunque yo no entiendo mucho, creo que hay decenas de sonetos mejores en nuestros Siglos de Oro. Ahora bien, don Juan lee el poema tan divinamente que hasta los de la mesa vecina lo oyen con atención y asombro. Sobre todo el último verso: a la lengua del agua de mis ojos. Me parece que Góngora se lo copió: tendré que verlo.
Pasada la emoción, nos tomamos unos chatos y hablamos de las navidades, que están aquí ya.


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